viernes, 29 de diciembre de 2017

RELATO DE NAVIDAD. TRAJES DE PAPEL


Fue antes de que muriera mi abuelo, así que yo debía de tener menos de diez años.

Por Navidad, solíamos ir a Madrid en el 600, atravesando  el puerto  del  Escudo y Somosierra, donde recuerdo que el dueño del restaurante tenía alguna clase de animal en una vitrina.

Yo, todos los años, comenzaba un cuaderno donde apuntaba cada pueblo por el que pasábamos, que siempre tenía los mismos huecos, donde había caído rendida. Aún me sé los primeros: La Montaña, Las Presillas, Vargas, Puente Viesgo, Aes…

Aquella Navidad, de niña, fue la más divertida: A las chicas nos hicieron vestidos de papel Pinocho, y recuerdo una locura de persecuciones y risas,  por el pasillo y el salón del piso del Parque de las Avenidas.

La noche terminó con mi tía Sonia, un año menor que yo, roncando frente a la tele dentro de su traje de papel.

[Publicado en el Blog “Esta noche te cuento”. www.estanochetecuento.blogspot.com ]

lunes, 18 de diciembre de 2017

RELATOS DEL ASILO (2). VITORINA, UNA ASTURIANA CON APELLIDO FRANCÉS

Vitorina es menuda, tiene sólo dos dientes y lleva escrito el nombre en el bastón para que no se lo confundan.

En su bolso, que es como una gran despensa, lleva las medicinas de diario: inhaladores para los bronquios, termalgín para el dolor de cabeza y tranquilizantes, además de cacao para los labios, que tiene malos.

De la cartera, abultada -ja, si se creen que llevo dinero- saca sus únicas tres fotos: una suya, ya viuda, a los cincuenta y tantos años, vestida de negro ante el nicho de su marido, que murió de resultas de trabajar toda su vida en una tejera con cal. Otra, a los 22, una moza bien lozana con la cara redonda. Y la primera, en color, recortada y llena de picos, donde sólo aparece la enfermera de su planta. “Las demás salieron muy mal”.

Aunque dice que el médico le ha ordenado no hablar para que no se canse y no quedarse afónica, no puede evitar hacerlo de su vida: asturiana, casada con uno de Cabezón y, sobre todo, que ella está allí “provisional” porque tres hombres la sacaron de su casa con goteras (otras compañeras me confiesan luego que la sacaron los vecinos casi a rastras de entre los escombros). En el bolsillo de la chaqueta lleva un recorte de una inmobiliaria con foto: una especie de cabaña de madera prefabricada con un bosque detrás y verde delante. “La llevo porque se parece a la mía. Allí dejé tres perros, un gato, el huerto y un jardín donde había rosales, malvas y un saúco. Los echo mucho de menos...”.


En su habitación, poco hogareña, quizá por su sentido de que ella está allí de paso (aunque lleva más de un año), todo es sobrio: dos muñecas; una, de plástico, sobre la cama, regalo del asilo, y otra, con cara de antigua,  en la mesilla de noche; una mesa camilla trastabillante, dos cojines desgastados sobre el sillón y tres ramitas de romero en un botellín con agua turbia: “el agua podrida le proporciona abono; por eso no se muere…”. Las cortó del jardín, a escondidas, porque dice que no se puede.

En el armario, pocas cosas suyas y muchas regalo del asilo: vestidos amplios, zapatos grandes... Pero ella es muy apañada y se hace arreglos. Aunque hay vestidos que no se ha puesto nunca. En una caja de cartón, su kit de belleza: un tubo de nivea, callicida para los pies y brillantina para el pelo.

-Pero, a ver, Vitorina, ¿dónde está esa cinta  que le gusta tanto? En el salón, me ha tarareado  una canción -que no recuerdo, pero estoy segura de que no era de Machín -el cantante, según ella, de su única cinta. “Pero mi preferido es Manolo Escobar. Tiene unas letras...”. Y me recita una estrofa.

Vitorina es sabia: “Si tienes una discusión con tu marido, lo mejor es callarte. Luego, un día que esté de buenas, le dices lo que piensas”. También me aconseja que me busque un novio que sea, sobre todo, bueno: “Un marino no, que esos tienen una mujer en cada puerto. Para eso, mejor un aviador, y si no, un mecánico, que esté siempre cerca de ti para quererte “.

Después de tomar un kas de limón y de reírse como una niña con las ilustraciones de “Ratón Pérez”, me despido de ella recordándole que otro día me tiene que enseñar el jardín y la familia de gatos que se aloja en una cesta.

“¡Acuérdate!, asturiana y con apellido francés!...” -me grita desde la puerta.


viernes, 8 de diciembre de 2017

PASEOS DE OTOÑO, EN TREN. Lo que me quedó por ver. HERAS

En otoño de 2014 inicié mi diario anual de octubre a junio, el curso escolar, sobre Viajes en tren de cercanías a lo ancho y largo de Cantabria. Le siguió, el curso siguiente, el Diario de viajes en autobús, en el que llegaba en transporte público por carretera a los sitios donde no era posible por ferrocarril.





Pero me quedaron sitios y paradas intermedias por ver: de ahí, la elección para este otoño de esos viajes que se quedaron sin hacer y de esos pueblos que se quedaron sin reseñar. ¡Felices jornadas!

HERAS, donde se hace el pan del “Machi”

Martes, 5 de diciembre de 2017

8.10 h. Frío, cielo despejado y gaviotas graznando en mi calle. Hoy vuelvo a mis paseos de otoño.

¡Se me han olvidado los guantes!...6 grados en Santander.

En la estación, como siempre, al poner la vía en los rótulos, sale automáticamente: “en andén” y, como siempre, el tren no está…

Un joven se ha saltado la valla y nadie de seguridad se ha dado cuenta. Los demás, hacemos como que no hemos visto nada.

El trasero se me ha congelado el breve minuto que he permanecido sentada. Espero no coger cistitis…

Antes, en la cafetería de RENFE, he tomado un café y un sándwich vegetal que se veía fresco y recién hecho tras los cristales.

Saliendo de Santander, aún se ve la luna, casi llena, sobre las casas de Valdecilla. ¡También he olvidado el abanico…!

De repente, el tren se pone a vibrar como si le hubieran dado una descarga eléctrica. Me levanto porque, sentada, me resulta muy molesta la reverberación.

En Valle Real la niebla  flota sobre los campos.

Llegando a Astillero, ocurre de nuevo: siento como si me estuvieran electrocutando. Miro a la gente alrededor a ver si también se revuelven incómodos, pero a ellos debe de parecerles que atravesamos un plácido lago…

Por fin, la recta de Heras: naves y más naves...

Al salir de la estación, tiro hacia la derecha, como veo hacer a un chico y una chica. El ruido de la autovía se me hace ensordecedor. Enseguida veo la silueta del instituto de Heras. El IES La Granja está frente al moderno tanatorio. ¡En algún lugar tendrían que ponerlo…! En la carretera, un grupo de cinco o seis chicos hacen pellas, o están a la espera de la siguiente clase…El suelo está un poco helado y hago aquaplaning.


En vez de ir hacia la autovía, y al pueblo de Heras, decido coger a la derecha la desviación al barrio La Estación. En la distancia, las montañas nevadas. Un mirlo viene a posarse  en un cable de la luz ante mis narices: le saco un perfil divino. Me sigue o parece que quiera indicarme algo; vuela sobre el cementerio hacia un ciprés del muro.


Aún hay muchas zonas en sombra donde la helada y la escarcha permanecen. ¿Me saldrán sabañones en los dedos…?


Aunque hay varios chalés más modernos y nuevos, me seduce una casa despintada en colores blanco, verde y ladrillo.


A las 9 y 35 he llegado a la estación de nuevo tras hacer un circuito circular. Creo que para ir a Heras pueblo tengo que coger la indicación hacia la autovía. Al cruzar el puente sobre la autopista, veo un gran parking a la izquierda frente a las naves de (transportes) Margutsa.


Estoy en el barrio La Sota. Me llego a la iglesia de San Miguel. Junto a ella el edificio escuela al que asistió en 1862-1863 el niño Ramón Pelayo, luego marqués de Valdecilla.


A un hombre que pasa con un pan debajo del brazo le pregunto dónde está la panadería (no he olvidado que mi objetivo es descubrir el lugar donde hacen el pan tan rico que desayuno a veces en “El Machi”). Es la casa amarilla a la derecha de la iglesia. “No pone nada”- me dice. Sí, son ellos (la panadería artesana y familiar Gómez Pan. https://www.gomezpan.es/) -me confirma la mujer a la que compro un delicioso pan de centeno con pasas, recién horneado. Me dice que venden su pan en varios sitios en Santander y que en la plaza de la Esperanza están restaurando su puesto. ¡Bien!


Luego, para ir al baño, me pido un cortado en el café La Plaza. Es un sitio nuevo con unos servicios amplios, muy limpios.

Solo me queda ya ver la torre de Alvarado (de las sugerencias del poste magenta), cruzando la carretera general. Está en venta. La vende Solvia.es. Dándole la vuelta, tiene adosado un pegote (la casa, supongo); pero el escudo en la parte frontal es maravilloso: un guerrero parece esconderse tras el escudo, que contiene cuatro flores de lis y dos hombres barbados frente a frente (en casa, un libro de Carmen González Echegaray, me ilustra: las cabezas afrontadas son, en realidad, un moro y un cristiano. Y el lema, Jus est in Armas, significa "la Justicia está en las armas"...Pues vaya. Cómo se las gastaban en el siglo XVI).



De camino al tren, veo un estornino entre los caquis. A mí me parece un fruto de lo más insípido, ¿o es la chirimoya la que solo me sabe dulce…?


Al final, cojo el atajo lleno de musgo que antes pensé terminaba en un paso para animales. 


El tren llega puntual a las 11.21 h. Y a las 11.45 h estoy en Santander...con mi pan...