domingo, 29 de enero de 2017

VIERNES FORAMONTANOS... (6). VEGA DE VILLAFUFRE, DE LOPE A JUAN RAMÓN

Jueves, 19 de enero de 2017

5º C a las 10.15 h. Un frío de bigotes. O quizá es la humedad…

Han blanqueado de nuevo el Pasaje de Peña (el túnel). Los niños de los coles van a repintar los “cuadros” sobre Santander, que ya estaban llenos de pintadas. [El tema será El Quijote, me entero luego].


El autobús lleva la calefacción a tope y empiezo a despojarme de prendas. Está muy nublado, pero no han dado lluvia. Espero que levante.

En el parque de la Marga, a la salida de Santander, se han caído a manta las hojas de los abedules, que tapizan el suelo.


Sube un señor impregnado (lleva una aureola alrededor) de olor a tabaco negro que casi me hace vomitar. ¡Cómo es la cosa…! Recuerdo lo que tuvimos que aguantar los no fumadores porque era “políticamente incorrecto” quejarte…Se fumaba en las aulas universitarias, en los pisos de estudiantes, en los bares, en los trenes…La ropa olía siempre fatal. Y ahora es como si nunca hubiera sucedido…

Juraría que ha nevado un poquito en Peña Cabarga…En Villanueva hay un montón de chalés y adosados, no me había fijado antes.

Tras bajarme en Vega (de Villafufre), cojo la desviación donde he visto, en fucsia, el cartel “Casa de Lope de Vega”. Acaban de terminar un trozo de acera y el encintado de la carretera también es nuevo.


La casa está muy cerquita, apenas unos 100 metros. En el jardín, una columna (un rollo heráldico) coronada por un águila (a sus patas, las fechas 1655-1955???) y la efigie del que pudiera ser Lope de Vega, con una calavera –coronada de laurel- sobre la cabeza.

Bajo el escudo, una placa rajada con el nombre “Plaza Ramón López”, con el yugo y las flechas. En el escudo, una torre, árboles a la vera de un río, unas llaves y una cruz (¿de Santiago???).


Pasada ya la señal de fin del pueblo, llego a un puente sobre un cauce abandonado, lleno de maleza. El río va un poco más a la derecha. Tras cruzarlo, el barrio de Saro de Abajo. Estoy en Saro.

Leo en un cartel que hay un Museo del Indiano, una quesería artesanal, un taller de cerámica y una casona que es posada, así que decido seguir un poco más. Atrás, en un roble, he dejado una bandada de carboneros, y un rebaño de ovejas carranzanas de cara roja.


Ante una casa malva el cartel de Quesería La Sobanuca, queso artesano de cabra de venta directa. Lo dejo para luego.

Desde luego, no se han matado para hacer la acera…Una lechada de alquitrán, y guijo encima.

Me cruzo con una camioneta-tienda de ultramarinos y me sorprende una casa con un flotador y un par de remos colgados en la pared exterior. ¿La casa de un marino…?

Andando, andando, llego a una especie de “complejo”: iglesia/ermita-casona, juntas y separadas, a la vez, por una tapia. Con un escudo magnífico -dentro-, de caballeros. Es el palacio de Gómez-Barreda, una casona con torre del siglo XVIII, con capilla dedicada a la Virgen de Guadalupe.


Alcanzo los talleres metálicos Saro, y me doy la vuelta. Son las 12. 30 h. Llevo una hora caminando. En el bar Camino, un hombre abre la puerta para escupir en la calle.

Ahora sí llamo al timbre de la casa malva, pero no me abre nadie. El perro blanco y negro amigable me parece el mismo que pastoreaba -sin mucho éxito- a las ovejas carranzanas.
El río tiene nombre de sirena: Pisueña.

Paro en el café-bar La Terraza –paradero de todos los hombres del lugar- para calentarme con una bebida caliente e ir al baño. La iglesia de san Andrés, junto a la carretera y el cementerio, es digna de ser interpretada por la cantidad de estilos y épocas que concentra: una torre redonda, piedra de cantería y de sillería…


En el cementerio busco a ver si hubiera algún Mantecón, de la familia de Juan Ramón Jiménez (su madre, Mamá Pura [Mantecón], era hija de Ramón Mantecón, oriundo de Villafufre); solo veo un nicho de un hombre joven, pero ningún panteón familiar. Luego, descubro otro sepulcro, exento: pone Mª Ángeles Mantecón Ruiz; pero también es moderno.

Decido seguir andando junto a la carretera hacia el final del pueblo. Me paro ante una casa con encanto…abandonada. Atención al detalle de las columnas de entrada a la finca.

En el campo, aún quedan balsas de las lluvias de los últimos días: la tierra no ha podido tragar tanto…

Yendo de La terraza hacia el inicio del pueblo, en una perpendicular, me maravillo ante una portalada bestial, escondida y desconocida (luego leeré que es la Portalada del Obispo). La casa, con adiciones de bloques, para mí, no vale nada [O sí; en casa, descubro mirando en internet que está en venta y que cuesta 275.000 euros…], pero esa portada magnífica…


Compro unas barritas de cereales en el Covirán junto a la gasolinera (abre ininterrumpidamente de 9 a 21 h), paso delante de una peluquería glamurosa, y voy a hacer tiempo hasta que venga el autobús al café-bar La Terraza que, además, es su parada natural. Ahora hay dos chicas (y 12 señores). El ruido de voces es ensordecedor. A las 14. 30 h muchos vienen, en coche, a tomar el vino antes de comer, y luego, se vuelven, conduciendo, a sus casas…


En Santander hace sol. ¡Bien…!




jueves, 19 de enero de 2017

VIERNES FORAMONTANOS... (5). A VILLACARRIEDO EN AUTOBÚS, PRIMER VIAJE DE 2017

Lunes 9 de enero de 2017

Va un grupo de maris con abrigos y cuellos de pieles. Son risueñas y se ríen de todo.
9ºC a la sombra a las 15.40 h. Todo despejado.

Mañana dicen que vienen lluvias (tras 18 días sin una gota – informan en el periódico).
A pesar del frío, con tantos días de sol seguidos, los prados están llenos de margaritas. Y los pinos…, de procesionaria.

Detrás de mí se ha sentado un señor perfumado con “coma etílico” y me llegan unos efluvios que me revuelven las tripas. En el campo, picotean las garcillas bueyeras. La hierba está muy cortita tras la segada otoñal. Hasta la primavera no volverá a crecer.

En la estación de Sarón, sentados en los bancos, una “cuadrilla” de viejos y viejas, de tertulia. “Así no ven la televisión y dejan un poco tranquilos a los de casa”- comenta una parroquiana. “Y, entre que van y vienen…”- le secunda otra.

En Santa María de Cayón se baja casi todo el grupo de mujeres. El río Pisueña apenas lleva agua. Qué diferencia con marzo del año pasado…

Sobre las 16. 30 h, en Villacarriedo huele a leña, y aún calienta el sol…, donde da.

Por el barrio de La Pesquera, llego hasta un parque infantil y una bolera. Doy la vuelta pasando junto a los restos de un molino de río y la cajigona de Villacarriedo, ahora desmochada y desnuda.


Luego, cojo la Avenida de Escolapios, que está soleada. A la derecha, está el cementerio, que dejo para otro día, y a  la izquierda, a 150 metros, el palacio de Soñanes. Llego a la iglesia de San Martín, fotografío un soldado en una hornacina, y me vuelvo.


Al salir del taller, a las 18.15 h, aún es de día. Ya ha alargado desde antes de Navidad. Solo hace 4 º C.

Hoy “me voy de tiendas” a la carnicería Eño. Me llevo una lata de piña en almíbar y una corbata, de postre.

Para hacer tiempo hasta que venga el autobús, y no perecer de frío, me tomo un té con limón y una hamburguesita en el café Villa Plaza.

La niña que siempre hace la tarea sobre la barra se pone a pintar mientras un habitual se toma un vino y una cuadrilla de jóvenes juega a las cartas.

“Mañana dan agua” -le comunica el pasajero de la primera fila al conductor. Luego, hablan de fútbol, el tema estrella: “¿Y tú qué crees que le ha pasado a Caparrós…?”. Siguen con un repaso a los entrenadores: los “respetuosos”, como del Bosque o Zidane, y los otros, como Mourinho. Y los jugadores “marrulleros”…

Yo, casi me adormezco. Aún siguen colgadas las luces de Navidad, como un faro en la noche negra.

P.S. Martes 17. De madrugada. No sé desde cuándo no oía llover sobre la claraboya del patio…


P.S. 2. Ya me he enterado de la raza de las ovejas que veo en Villacarriedo: son ovejas carranzanas, de cara rubia o negra.


Incluso existe una Asociación en Cantabria...: 


miércoles, 11 de enero de 2017

ESCRIBIENDO AL HILO DE KIRMEN URIBE. HISTORIA DE LOS ARA

“Papá nos contó tan pocas cosas…” (Diana Ara)

No recuerdo si fue antes o después de leer la novela de Kirmen Uribe, Bilbao-New York-Bilbao...


Lo cierto es que, en un determinado momento, el nombre del arquitecto Ricardo Bastida fue lo que puso en marcha mi propia historia.

Sucedió un día en que estaba comiendo en casa de mi tía Rosana (que es de mi misma edad). En la sobremesa, estábamos revisando papeles antiguos que había salvado de la quema y el olvido cuando murió su madre en Conil. Entre ellos, había algunos referentes al negocio de mi abuelo, que ni sus hijos mayores conocían: eran cartas y facturas que hacían referencia a los años de la Guerra Civil y anteriores.

Yo le pedí que me los cediera para escanearlos. Entre ellos, había algunos muy bonitos, con membretes de “Ara Hermanos, material para calefacciones”.


En el más antiguo, con fecha 24 de abril de 1926, aparecían los certificados de algunas de las instalaciones efectuadas por la casa Ara Hermanos. 

Quienes figuraban como sus “contratadores” eran: el Colegio Cántabro de Santander. Hoy, Los Agustinos, totalmente remodelado. Los promotores Demetrio Palazuelo y Jacinto Matesanz, de Madrid. El Manicomio de Zaldívar, en Vizcaya; el Hotel Nacional de Madrid, en el Paseo del Prado; el Ministerio de Marina de Madrid; el Hotel Carlton de Bilbao; el Ayuntamiento de Sevilla; el Museo Nacional del Prado, de Madrid; la perfumería Floralia, de Madrid; el Sanatorio Lago [para tuberculosos] de Tablada en Madrid (por la zona de Guadarrama)…Y la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Bilbao.


En hoja aparte, con fecha 21 de abril, “Ricardo de Bastida y Bilbao, arquitecto”, certifica que “entre las numerosas instalaciones de calefacción llevadas a cabo por la casa ARA HERMANOS en edificios por mí proyectados y dirigidos, se hallan las 156 instalaciones de calefacción parcial por agua caliente, de las trece casas dobles de vecindad de la Manzana nº 70 del Ensanche de esta villa, propiedad de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad Municipal de Bilbao”. 


El Destino tejiendo sus redes

A punto de comenzar el taller de escritura “Escribiendo al hilo de… Kirmen Uribe”, me llega por correo-e desde UNATE, donde soy -a la vez- alumna y profesora, una propuesta de “Visita guiada a la exposición de Darío de Regoyos ¡en el Museo de Bellas Artes de Bilbao!” para el día 24 de enero.

No solo podré ver el cuadro de Aurelio Arteta (En la romería) en vivo y en directo  (escaqueándome en algún momento) -y perderme en la tienda que supongo habrá dentro del Museo- sino que luego, en el tiempo libre que quede tras la comida, podré ver algunas de las obras de los arquitectos Ricardo Bastida y Manuel Mª de Smith, con quienes trabajó mi bisabuelo.

Recupero el plano de Bilbao del día que fuimos con mi padre a que nos enseñara los “lugares de la memoria” de tiempos de su carrera de ingeniero, e imprimo los dos certificados: del Hotel Carlton y de unas casas de vecindad en la Manzana 70 del Ensanche, en 1926. ¡Cuánto me gustaría localizar la marca Casa Ara Hermanos en alguna instalación de calefacción, casi 100 años después! Sería como tocar un poco, con las yemas de los dedos, una época pasada atravesando el túnel del tiempo.

A las 5 de la mañana me despierto con una nueva idea en la cabeza y voy al ordenador; buscando buscando, doy con una nieta de Ricardo Bastida, Eloísa Larrea Bastida y luego con un biznieto, también arquitecto, que tiene su despacho al lado del Museo de Bellas Artes, -¿otra casualidad?-, y que acaba de escribir una monografía sobre su bisabuelo. Anoto el correo electrónico para escribirle.

A la semana, vuelvo a llamarle. Me dice que mirará a qué calle y número corresponde en la actualidad la “Manzana 70”. En cuanto a más información escrita sobre su abuelo, me confiesa que todos los archivos se los han cedido  al Ayuntamiento de Bilbao. Precisamente, en el Archivo Municipal digitalizado, es donde encuentro otras obras en las que participaron, con Bastida, mi bisabuelo Constancio y mi tío-bisabuelo Félix: con él, Constancio  trabaja instalando la calefacción por agua caliente  en varios Grupos Escolares de la época: el de la calle Ribera, en 1916; Indutxu, en 1917, e Iturribide, en 1919. “Todas ellas aún continúan, están en pie”- me confirma José Ramón Foraster Bastida, quien también me da indicaciones de la Manzana 70 en la confluencia de las calles General Concha, Alameda de Urquijo, Licenciado Poza y Elcano.


El día de la exposición, saco unas fotos, en mitad de la lluvia, de la “triangulación” que hice en el plano, para preguntarle si he acertado con la “manzana”. De todas formas, tendré que volver otro día, con sol, para acercarme a lo que me ha quedado sin ver...

Ricardo Bastida y Félix y Constancio Ara. Vidas paralelas

Ricardo nació el 15 de agosto de 1879 en Bilbao (mi bisabuelo, Constancio Ara Olarte,  y su gemelo, el “tío” Félix, el 19 de septiembre de 1880, en Algorta).

Bastida cursó la carrera en la Escuela Superior de Arquitectura de Barcelona, donde terminó en 1902 (el “tío” Félix, mi tío bisabuelo, estudió en la Escuela Superior de Ingeniería Industrial de Barcelona).

Mientras estudia en la Escuela de Arquitectura, Ricardo se aficiona a la fotografía. Mi bisabuelo también revelaba sus fotos en un cuartito del sótano de su casa en el Parque Metropolitano de Madrid.


En 1902, Bastida empieza a ejercer en el estudio de Severino Achúcarro. En 1903, se incorpora al Ayuntamiento de Bilbao en calidad de ayudante y, en 1905, firma como arquitecto municipal uno de sus primeros proyectos: la nueva Alhóndiga (en 1903, Félix Ara instala la calefacción en el número 21 de la calle Colón de Larreategui. En 1906, Constancio Ara levanta el plano topográfico y parcelarios del llamado parque del Ensanche, luego de Doña Casilda de Iturrizar).


En 1907, Ricardo es nombrado arquitecto jefe de Construcciones Civiles del Consistorio hasta 1927. Luego, sigue vinculado al Ayuntamiento como técnico de Servicios Municipales y participa en los proyectos del Ensanche y Ampliación de Bilbao. En 1926, visita Detroit, Chicago y otras ciudades de Estados Unidos para estudiar los más modernos sistemas de puentes móviles. http://www.euskomedia.org/aunamendi/12002.

Conexiones. Bastida y Santander

Bastida intervino en la reforma de la Casa Altamira (Chalet Mora), perteneciente a la familia Mora (hoy sede del Conservatorio Municipal de Música), en 1920.

“Integra en la planta baja una zona de servicio amplia y una capilla con sacristía”- leo en el libro Ricardo de Bastida, arquitecto.


Doy vueltas alrededor de la casa, en busca de una firma o de algo que revele el nombre de Bastida y saco una foto a lo que imagino la capilla, por fuera.

Trato de imaginármelo paseando por la finca cavilando sobre “elementos de amueblamiento” del jardín como antes hiciera en el Parque del Ensanche de Bilbao.


P.S. Gracias a internet, un nieto del "tío Félix" me hace llegar un ejemplar digitalizado de una Guía práctica de Bilbao y Vizcaya del año 1900. En ella, además del plano de la Villa de Bilbao, "confeccionado por la Sociedad La Industrial Bilbaina Ara Hnos. y Baquero (con oficinas en Colón de Larreategui, 21)", hay un anuncio de "Ara Hermanos Baquero y Compañía. Sociedad de Calefacción e Ingeniería", con dirección Bertendona, 1, Bilbao.



miércoles, 4 de enero de 2017

PRAGA EN PRE-NAVIDAD. Diario de viaje. Diciembre 2012


En Praga, para el sábado 1 de diciembre dan temperaturas entre 0´5 º C de máxima y – 2´7 º C de mínima. La sensación térmica, de – 7 ºC.

En Budapest, el domingo, cero horas de sol y un 80 % de posibilidades de lluvia. Uffff.

Mientras esperamos en Barajas me leo todos los artículos prohibidos en aeronaves (en el equipaje de mano): pistolas, navajas, palos de golf, arcos (no dice nada de flechas) y ballestas, hachas, martillos, sierras y destornilladores. En fin, que se podía poner una ferretería o una tienda de armas.

En las líneas aéreas checas hay clase “económica”, “negocios”, “elite” y “elite plus”. Creo que todos vamos en la “económica”. Somos 180 pasajeros, en filas de seis, divididos por el pasillo. Los compartimentos para equipajes de mano van petados y las maletas que no caben se llevan a la parte de atrás. No sé si alguna mochila acabará en el horno…

Probamos el vino tinto checo y nos dan unos pececillos parecidos a las galletas krit. El reparto es un poco lento, pero el personal es muy amable: a mí querían darme cerveza además de vino y al chico de atrás, a quien le habían abierto una cerveza sin alcohol, le ofrecieron la última que encontraron, con alcohol.

En el avión, hay un primer momento en el que sientes frío, al principio, cuando abren a tope el aire acondicionado; luego, comienzas a sudar la gota gorda. Quizá el vino tenga que ver.
Las azafatas sirven líquidos más de una vez: no quieren que nadie se reseque o deshidrate.

En Praga

Jan, el propietario del hotel familiar La casa de la bota grande, viene a buscarnos al aeropuerto de Praga. Es un señor alto, sonriente y amable que hace de cicerone mientras nos lleva a casa: nos indica dónde sacar dinero con seguridad; la compañía de taxis a la que podemos llamar, si lo necesitamos, y nos aconseja no llevar mucho dinero en la cartera y pagar con tarjeta todo lo que podamos.

http://www.dumuvelkeboty.cz/en/gallery. Nuestra “casa” en Praga.

Es una casa torre del siglo XVII reformada en el barrio de Malá Strana, a diez minutos andando del castillo de Praga y del puente de Carlos. Tenemos dos habitaciones comunicadas.

Dejamos las maletas y salimos a dar un primer vistazo a la ciudad, ya de noche. Aquí amanece sobre las 7; por eso, a las 16.30 horas ya es de noche. Bajamos a la plaza cruzando el puente de Carlos por primera vez. Las torres negras de Nuestra Señora del Tyn, que parecen de Walt Disney, serán mis referentes cuando me pierda. Cenamos en Beseda una deliciosa sopa de gulash y cerveza praguense.


Domingo, 2 de diciembre

A las 9.42 salimos en tren hacia Budapest. Vamos en segunda, en un compartimento de seis solo nosotras cuatro, en el último vagón, el 366, encantadas de la vida. En el vagón va poca gente. El campo está helado, con escarcha, y vemos montones de abedules y muérdago. A ratos, parece la estepa de Dr. Zivago o el Páramo de Masa, en Burgos. En el trayecto, se alternan las ciudades con casitas de pueblo y bloques de pisos de la época comunista. Las siete horas de viaje no se nos hacen nada largas (a la vuelta, incluso nos haremos la manicura). Como no hay televisión, el tiempo se pasa como antes: leyendo, hablando o mirando el paisaje. Aprovechamos para intercambiarnos nuestras guías de viaje. También hacemos fotos de todo: el baño verde con el papel higiénico marrón, el mapa con las ciudades de Chequia y Eslovaquia, el vagón restaurante, los anuncios… Vamos dejando atrás las estaciones: Kolin, Pardubice, Adamov, Brno, Bratislava…


Estas, en el país vecino, son un poco destartaladas. Quizá sea por el tiempo desapacible, pero Hungría, en una primera impresión, me parece más triste y fea, más sucia, más desgastada, más vieja y más pobre.

Lunes, 3 de diciembre, Budapest

La vida empieza a ponerse en marcha sobre las 7 de la mañana, cuando se oyen los primeros autobuses. Antes, a las seis, el camión de la basura nos atronó bajo la ventana.

Hoy hace un viento que corta el cutis. Desde el puente de Isabel, el Danubio no es azul sino de un verde acerado. El puente tiembla con el tráfico.

Las aceras son amplias, de unos diez metros, sin azulejar: solo cemento. El hotel Astoria es nuestro “cuatro caminos”; pasamos frente a él varias veces al día. Nos llaman la atención las variadas tipografías de los letreros. A dos manzanas de casa, descubro la posta (correos); aquí los buzones son rojos y descansan sobre un pie. En nuestra manzana, un supermercado Spar, con el arbolito que lo identifica. Siempre hay alguien que vigila con ojos de KGB.


Nuestra casa, Budapest Rooms B&B (www.budapestrooms.eu), la lleva un chico joven, Balash Boda. Su madre, arquitecta, le ayudó a reformarla: les llevó 7 meses. Es, a la vez, moderna y acogedora, decorada con buen gusto.

Nos hacemos un poco de lío con el dinero (todas menos Cristina, que es de producción). Tantos billetes para tan pocos euros. Tenemos que hacer la reconversión todo el rato. Nos inventamos una regla sencilla: 4 euros equivalen a 100 coronas checas (Kc) y 1.000 forints húngaros (ft). No quiero imaginar lo que pase cuando llegue el euro…

Martes 4 de diciembre. En los baños

Es un desperdicio estar en Budapest y no gozar de sus balnearios. De hecho, pensamos en una futura estancia de diez días, cada una en un spa diferente.


Fuimos a los Baños Gellért, cuya piscina de columnas la Cristi decía que había salido en un anuncio de Danone hace unos años. Pasamos allí la mañana yendo de una sección a otra, probando cada piscina -menos la de  olas, que solo funciona en verano. Pero salimos a la piscina exterior, a 36 º C, mientras el ambiente estaba a ¡2º C!

A mí la trocanteritis no se me quitó, pero sí un pequeño tirón en la espalda gracias a las aguas a 38 º C.

Marisol, que no se había decidido a comprarse un traje de baño y paseaba en albornoz observando personas y espacios, nos confesó que la próxima vez se lo pensaría porque le habíamos dado un poco de envidia...

Mi única pena: que el señor de las camisetas, un poco disperso y volátil, no estaba. Y no pude llevarme una. Habrá que volver…

Por la tarde. Subida a Buda


Budapest está formada por dos ciudades a uno y otro lado del Danubio: Buda y Pest. Nosotras morábamos y hacíamos la vida habitualmente en Pest, abajo. Así que, decidimos echar un vistazo y subir en autobús a Buda, ya anochecido y nevando ligeramente. Apenas encontramos un alma en el Bastión de los Pescadores, a pesar de sus vistas deslumbrantes: en la otra orilla, se divisaba el edificio del Parlamento bajo una luz amarillenta tamizada por los copos. Dimos una pequeña vuelta alrededor de la iglesia de San Matías y bajamos antes de quedarnos congeladas junto a los caballeros del bastión. Habíamos empleado bien el billete del día para grupo (hasta 5 personas) por 3.100 fiorints (unos 12 euros).


En la memoria quedan el barrio judío y la mayor sinagoga de Europa; la calle Andrassy, una de las más elegantes, con la ópera y el Oktogon; y la calle Vaci de las tiendas. A pesar de la fama que tienen de ser un poco setas, a nosotras, en general, nos han tratado bien. Encontramos una camarera que había estado trabajando en Sevilla durante la Expo 92 y, si chapurreaban algo de español, enseguida el jefe les enviaba a atendernos. Sí es verdad que sonríen poco y tienen un ritmo más lento. Quizá el frío congele un poco las neuronas aquí. Sin embargo, nosotras les  hacíamos reír y pienso que les caímos en gracia. Y, de todas formas, un buen goulash hace que se perdone todo...



Miércoles, 5 de diciembre, San Nicolás. Vuelta a Praga

Está todo nevado de Budapest a Praga: árboles y arbustos. En el tren, fotografío el mapa con el recorrido inverso: Budapest-Bratislava. En cada trayecto, tres inspectores supervisan nuestros billetes: unos, con máquina, y otros, poniendo su firma a mano. Luego caemos en que no hemos atravesado dos países, sino tres: Hungría, Eslovaquia y Chequia (República Checa).


En el tren, hacemos de todo: incluso la manicura con pintado de uñas incluido (dos capas). Vamos bien aprovisionadas: diversos tipos de manzanas y plátano deshidratados; quesitos, biscotes, galletas dulces y avellanas – además de agua embotellada marca Teodora. En el solitario vagón restaurante, la primera  y descorazonadora visión es la de un camarero dormido cara al techo con la boca abierta.


Jan vino a recogernos a la estación y, sobre las 18 horas, salimos a la calle para ver a los niños disfrazados de ángeles o demonios, una tradición del día de San Nicolás. Esto sería así hace tiempo; ahora, solo algunos niños y algunos mayores -que son como niños- portaban unos cuernos industriales y estandarizados en color rojo y/o azul, que vendían incluso por la calle como aquellas gargantillas  fosforescentes hace unos años. ¡Viva la uniformidad!

Jueves, 6 de diciembre


Después de desayunar, subo al “castillo”. A las 9 de la mañana veo el cambio de guardia y la ronda. A tan temprana hora, ya hay dos excursiones. Al otro lado del río, en la distancia, está la colina de Vysehrad, donde estuvo la residencia de la princesa Libuse antes de que Carlos IV trasladara la corte a esta colina.

Praga es una ciudad que te aplasta con su belleza. Mires donde mires, todo es bonito: el pavimento, de adoquines haciendo dibujo, y las aceras, con azulejos chiquitos en blanco y negro; las cúpulas, las fachadas... Huele dulce  a leña de chimenea.


Bajo por la calle Nerudova. Hacia la mitad, compro sellos y postales en un quiosco. Los sellos para España cuestan 30 coronas. También encuentro un cajero Bankomat. Y una tienda, que me apunto, con muñecas de maíz y dedales.

Sobre las 10.30 recojo a las “niñas”. Hoy nos toca el barrio judío, Josefov, y las sinagogas. En el cementerio  judío viejo dejamos una piedrecita cada una  en la tumba del rabino Loew. Es impresionante con tantas lápidas apiñadas inclinadas unas sobre otras.


Viernes 7 de diciembre. A Karlstein

Quería ver alguno de los lugares en los que se desenvolvió el escritor Ota Pavel. Karlstein estaba a solo media hora en tren desde la estación Smíchov; así que me dispuse a entenderme con quien hiciera falta.


A las 12 y 20 cojo al tren a K. La señora de información me ha imprimido amablemente los horarios de ida y vuelta y me apunta también por escrito el andén: Platform III. Temerosa de subirme a otro tren o estar en otra vía, pregunto a todo el mundo. Doy con una chica de Missouri que vive aquí con su marido y su hija de dos años. Va a Beroun, una parada después de la mía, y me toma bajo su protección.

El tren tiene dos pisos (es como un Cercanías en Madrid) y segunda clase es abajo. Va petado y las ventanas están tan sucias que apenas se ve el paisaje y la luz anaranjada, caramelo, como la de septiembre . El trayecto dura 32 minutos. El final, la localidad de Beroun. Ha caído un poco de nieve y se sube gente con mochila que va a hacer senderismo, o con bicicleta de montaña.



A las 2.36 h, apenas dos horas después, cojo el tren de vuelta. El pueblo estaba muerto: solo suvenirs, pero nada donde comer y beber. Tras andar por una de las orillas del río Berounka, tratando de imaginar los días de pesca de Pavel, no me queda nada más por hacer. Mejor, leer sus libros...(http://quefluyalainformacion.blogspot.com.es/2012/05/ota-pavel-lo-mas-hermoso-de-mi-vida-el.html. CÓMO LLEGUÉ A CONOCER A LOS PECES, de Ota Pavel).



Sábado, 8 de diciembre. Vysehrad

Leo que el de Vysehrad es el cementerio más reverenciado de Praga. Allí están enterrados Smetana y Dvorak, el poeta Jan Neruda o Karel Capek.  Es un buen lugar para hacer interpretación de la ciudad.


Hoy tenemos ópera a las 19 h: Aída.

Tras conseguir billetes para todas en una estación de metro que nos costó encontrar (la máquina de Malostranské nos devolvía las monedas y estábamos desesperadas), cogemos un tranvía a Vysehrad para volver luego, callejeando, hacia el centro.  No vemos tiendas abiertas y pensamos que aquí, en el  Nové Mesto, también debe de ser fiesta el 8 de diciembre.

Después de la ópera, cenamos estupendamente en Kolkovna. La sopa gulash está al nivel de la de Beseda, degustada la primera noche en Praga.

Domingo, 9 de diciembre. Nuevo cementerio judío

Para mí, una de las rutinas más hermosas que hay es pasar el puente de Carlos a primera hora, sin apenas turistas, a tu propio paso y no al obligado procesional – cuando hay multitudes.

Ayer  vi una representación que no sé si se repetirá cada día al caer la tarde: gaviotas y palomas sobrevolaban nuestras cabezas (y no había nadie alimentándolas) mientras toda la corte de los cisnes, en V, se dirigía desde la orilla hacia los pilares del puente, en una orquestación perfecta.


Cogí el metro para acercarme al nuevo cementerio judío. Sabía que en él estaban enterrados Kafka y Pavel. Era domingo, pero apenas me crucé con dos o tres personas paseando por las avenidas principales. A la entrada había un pequeño puesto de flores y compré dos, rojas: una gran margarita para Kafka (mucho más tarde me enteraría de que era una gerbera) y un capullo de rosa para Pavel. Justo al entrar, un cartel señalaba, a 250 metros, la tumba de Kafka. Me costó más encontrar la de Pavel. Había que dar la vuelta al letrero. Le habían dejado castañas y pequeños muñecos: un caballito, un pez  (qué lástima, no se me ocurrió…), un pájaro,  así como notas en papeles desteñidos. Yo también le dejé una: “Gracias por tus libros”.


En barco por el Moldava

Saqué billete para dos horas, de 15 a 17,  pero justo antes de embarcar empezó a nevar y tuve miedo: ¿Y si, al bajar, estaba el camino de vuelta cubierto de nieve…? Así que le pedí a la chica que me lo cambiara por uno de 50 minutos (al final, entre pitos y flautas, el viaje resultó ser de solo 40…).

Me encanta ver las ciudades desde el agua, sea de mar o de río. Los osados no éramos muchos: una pareja, un grupo de unas doce personas, y yo. El personal de a bordo, excepto la muchacha que nos servía los tés, parecía deseoso de acabar y de marcharse a su casa. Pregunté por unos troncos situados frente a los pilares del puente y me miraron como si fuera de otro planeta, así que opté por callarme. Una cinta iba repitiendo, en 7 idiomas, cada frase sobre lo que se veía a derecha e izquierda. Un poco cansino…


Lunes, 10 de diciembre. Vuelta a España

A las 7 de la mañana, antes de desayunar, salgo a dar el último paseo por el puente de Carlos. Solo me cruzo con estudiantes de instituto y fotógrafos con trípode.


Han echado sobre la nieve unas piedrecillas negras para que la gente no se resbale. El paisaje nevado es maravilloso.

Algunas personas dicen que Praga es “una postal”, como si fuera algo falso o postizo pero, para mí, es la ciudad más bella que he visto hasta la fecha. Yo, de llevar a mis padres a algún sitio, antes que a Londres o a París, los llevaría a Praga: me parece una ciudad "abarcable" y fácil para hacerse con ella.

En el libro de visitas de nuestro hotel familiar en Praga, ponemos unas letras: yo agradezco que cada día me hayan doblado el camisón y siempre me hayan ofrecido al llegar, aterida, una gran taza de té caliente.


P.S. Ya en casa, en España,  intento reproducir las estupendas sopas gulash que nos hemos tomado…