viernes, 31 de julio de 2015

DIARIO DE UNA VIAJERA EN TREN (DE CERCANÍAS) III


Durante las vacaciones de Semana Santa, una tarde sobre las 6, en el Pasaje de Peña, me crucé con Felipe, mi “hombre del pan”. Sin pararnos, nos reconocimos y nos saludamos: “¡Adiós, Felipe!”. Él sonrió.

¿Iría de paseo…? ¿Es que se quedaba a dormir en Santander para llevar el pan al día siguiente…?

Como este trimestre, mi primer destino va a ser la Vía Verde del Pas desde Astillero, quizá pueda preguntarle.

DÍA 1. LA VÍA VERDE DEL PAS DESDE ASTILLERO


Hace años, la caminé desde Obregón, cerca de Cabárceno, a donde llegué en autobús. Creo que eran unos 6 o 7 kilómetros. Ahora, la recorreré en sentido contrario desde Astillero. Para ello me bajaré en La Cantábrica, que creo que es la parada de tren más cercana.

Jueves 16 de abril

15º C a las 7.36 h. Cielo gris. Espero que no llueva…

Hoy no está el señor que pide con un sombrero de lluvia  a la salida del túnel  (Pasaje) de Peña. ¿Será demasiado pronto…?

La grúa del Centro Botín está aún iluminada. A ver si me encuentro a Felipe (mi hombre del pan) en el primer tren desde Liérganes, con llegada (estimada) a las 7.47 horas.

Oigo cantos melodiosos (de pájaros), no sé si dentro o fuera de la sala de espera.

Pues no…No viene. Quizá sea entonces que venga el día anterior sobre las 6 de la tarde, que es cuando lo vi la última vez. En ese caso, tendría que coger en Liérganes el tren de las 5.

En el tren vamos pocos. Y en mi vagón, el primero, aún menos: una chica pelirroja que lee un libro electrónico, otra con melena, y yo.

Las naves a la salida de Santander aún conservan los focos exteriores encendidos. No hay mucha luminosidad. Me pica un poco la nariz. Espero que la alergia no me ataque demasiado.

A mi lado, una mujer lee un libro ¡subrayando con regla! Nunca se me hubiera ocurrido (Si es que tú eres un poco bardal…).

¡Qué escándalo el puente de hierro antes de llegar a El Astillero! Hay marea baja y las Marismas Negras enseñan todo su lodo. El ferry sigue en dique seco. Ya no sé si es que vive ahí…

En La Cantábrica nos bajamos solo yo y un chico que va al final del tercer vagón.


Pregunto a un limpiador callejero sobre la Vía Verde, y me indica: “Ves unas chimeneas y…”. La verdad es que podían poner una señalización a la salida del tren (Al cabo del tiempo, casi al final de mi periplo, distinguiré un cartel en la estación de El Astillero...Pone: "Seguiremos...hasta el Parque de La Cantábrica...a 1´5 km"...Sin palabras...).



La zona ha crecido mucho desde la última vez que estuve por aquí, quizá hace quince años, pero no andaba yo muy desencaminada.

Las dos chimeneas pertenecen al parque La Cantábrica. Otra limpiadora, cruzando la carretera y tirando hacia la derecha, me indica unas casa amarillo mostaza: “A la vuelta (a la izquierda), ya la ves”. Y, efectivamente, es la calle Nemesio Mercapide y, al fondo, se ve lo que parece un campo de fútbol o un polideportivo. La vía verde pintada de rojo. Son las 8.30. Enseguida empieza a chispear y el suelo me huele a heno dulzón que empieza a pudrirse.


Paso delante del IES Astillero. Un nutrido grupo de estudiantes que espera la hora de entrar a clase, ocupa la vía, pero no se apartan y he de salirme por fuera para sobrepasarlos.

A la derecha, una instalación eléctrica: un edificio de ladrillo que recuerda la arquitectura fabril del XIX. Las torretas de la luz parecen los nuevos molinos quijotescos.

En la cuneta, empieza a distinguirse el aro: “la comida de las culebras”, que decíamos de pequeños. Toda la planta es venenosa -leo en mi libro de plantas.

Tras alcanzar el primer puente sobre la ría, decido volverme. La lluvia no para y ya han pasado los 20 minutos de cortesía. Lo intentaré de nuevo mañana.

DÍA 2. A LA VIA VERDE DEL PAS DESDE ASTILLERO

Martes 21 de abril. De La Cantábrica a Liaño

Como me sentía culpable por no haber terminado los ejercicios de inglés y, a la vez, ya me había comprometido conmigo misma, para ir, la noche anterior, adopté una solución salomónica: iría, pero con la vista puesta en una “señal”, cualquier señal, para volverme; me volví tras llegar a Liaño, donde había que cruzar la carretera general, para seguir la vía por el lado izquierdo…Una buena excusa.

13 º C a las 7.28 horas.

Llegando a la estación, pasado el túnel (pasaje de Peña), los árboles empiezan a mostrar ya sus hojas tiernas (verde claro).

Me siento culpable porque acabo de descubrir que la profe de inglés -en su blog, que no había consultado- nos ha puesto un montón de ejercicios para la semana en que no ha estado (por enfermedad de su padre) y yo no los he visto hasta hoy. Los acabo de ver ahora, un poco antes de salir de casa. Pero ya me había hecho a la idea de irme…Intentaré volver pronto.

Espero en la estación al tren que llega de Liérganes a las 7.44 h, a ver si viene Felipe. Cogeré el de las 7.53 h a La Cantábrica, como el otro día. Voy embadurnada de crema protección 50, pero -aunque llevo pañuelo para la cabeza- creo que hoy voy a echar en falta mi sombrero de peregrina de “ala ancha”.

“Tren a La Cantábrica, con salida a las 7.53 h, situado en Vía 1…”- dice la señorita del altavoz. Lo dirá ella… No está aún (en el luminoso pone “en andén”). El tren procedente de Liérganes, con llegada a las 7.44 h, rectifica en el letrero: “Estimado, a las 7.47 h”. Al parecer, es el que viene de Liérganes por la vía 1, el que va a La Cantábrica por la vía 1. 

Me quedo pegada a una columna para que no me avasallen los que llegan. No veo a Felipe en el primer tren del día desde Liérganes. ¿Será que venga el día anterior sobre las 18 horas, como la vez que me lo crucé en el Pasaje…?

¡Dios mío! Llevan la calefacción encendida…Creo que la chica del otro día, hoy vestida de azul eléctrico, va leyendo un libro electrónico. Y la de melena se pone rímel en los ojos con un espejito y el vaivén del tren. Yo acabaría con el ojo como el de un boxeador puñeteado. Lo cierto es que no puedo ni pintarme la raya: con lo gestera que soy y la alergia primaveral, estaría todo el día emborronada…Y como no soy de las de “Para presumir, hay que sufrir…”.

Creo que en la parada de Valdecilla se ha subido de nuevo la que subraya con regla. Sí, sí, es ella. Y un nuevo inquilino que lleva bicicleta. Fuera,  sol y nubes, pero es otro día “naranja”.

Martes, de nuevo día de mercado en Maliaño. Hoy la marisma está con marea alta.

Ya en La Cantábrica, cojo la calle del mismo nombre hasta la primera desviación a la derecha hacia el parque. Lo cruzo en perpendicular en dirección a la carretera general.


“Entonces, si me he desagregado…”- escucho a un grupo de chicos de unos doce años que va al cole/insti, mirando al móvil mientras caminan. No oigo comentar a ninguno sobre el asesinato de un profe en un instituto de Cataluña por un menor con un cuchillo... 

A las 8.30 h. suena el timbre de entrada en el IES Astillero. Los primeros chopos del camino están torcidos hacia la derecha como si les hubiera dado “un aire” desde Peña Cabarga. Al pie de las torretas de la luz, un grupo de equisetos relucen como un ejército de duendecillos.

El jubilado de las zapatillas azules, a quien sigo desde el principio, espera a otro jubilado. También me adelanta un trío de mujeres que deben hacer el trayecto habitualmente. Una señora regresa oyendo en la radio la tragedia del instituto.

A las 8.30 h. es este un paseo muy transitado por gente de todas las edades. Casi todo el mundo que pasea solo, va “conectado”. ¡Y a mí que me encanta oír los sonidos “ambiente”, aunque estos sean los del tráfico en la autovía…! Pero también están los pájaros: las gaviotas, las urracas, los cuervos…, y muchos otros “píos” que no sé reconocer, como una sinfonía de sonidos, unos más agradables que otros, pero con una cierta armonía interna.

El cartel del Itinerario Ornitológico Vía Verde de Cabárceno, en la ría de Solía, da pena. No puede leerse nada porque está plagado de pintadas. Según la información, estoy en el valle de Villaescusa. Igual alguno de los pájaros es un carricero…


Paso por un túnel bajo la autovía, que no parece tener luces nocturnas. No sé quién lo cruzará de noche… En las cunetas, ya han florecido las “falsas” ortigas (ortigas muertas sin pelos urticantes). Pregunto a la gente que vuelve hasta dónde llega el camino: “Yo es que solo voy hasta el siguiente cruce…”. Por lo visto, cada cual hace su circuito y no sabe más.
De cuando en cuando, han colocado unos bancos “de madera”. ¡Qué bien! Así no cogeremos cistitis...

De repente, veo un bunker de ¿Enagás…? Es la estación de tratamiento de agua potable de Astillero-Villaescusa. Pero parece una nave de Star Trek…


Cerca, un parque infantil. ¿Vendrá algún niño a jugar aquí…? Las papeleras, al menos, están llenas de papeles.

Las tres marías del principio ya se vuelven. Han llegado hasta la chimenea de ladrillo junto al parque infantil y de mayores. “Puedes llegar hasta Sarón, a unos 8 o 10 kilómetros…”. También regresa el jubilado de las zapatillas azules. Ha llegado hasta donde la vía ha de cruzar la carretera general. Estoy en Liaño.


Ahora tendría que cruzar para seguir por el otro lado de la carretera. ¡Esta es mi señal para volverme! A las 9.30 h. el camino de vuelta es “un conventillo”. Circula alguna bici, pero pocas. Somos mayoritarios los peatones. En las huertas, entre la vía verde y la carretera, veo ¿habas…? Lo confirmo, preguntando. Lechugas, patatas, cebollas, puerros, ajos… “El otro día dijeron en la tele que el tomate es el rey de las plantas compradas”.

En el parque de mayores, una señora en chándal para, a la vuelta, en “el andador”  a hacer una caminata “virtual”. “Esto sí que es “un completo”- le digo al pasar. “Paseo más gimnasio…”.

A las 10.15 horas cojo el tren de vuelta. El cielo se ha ido cubriendo de nubes deshilachadas que ya casi tapan el sol. Ahora, a hacer los ejercicios de inglés…

28 abril 2015. VIAJE DE VUELTA DESDE REINOSA (para rellenar días y días de lluvia)

Fui en autobús porque tardaba menos, pero decidí volver en tren, tras la charla en el salón de actos. A estas alturas, ya han nacido potrillos y terneras que descansan sobre los prados o ramonean entre las hierbas. Dos potrillos que se persiguen son tan pequeños que parecen dos caballitos de mar.

Mientras atravieso en tren por los pueblos en donde estuve, los reconozco y los miro con amor, el amor que da el conocimiento y el reconocimiento... Los tojos están en flor (también los majuelos. Claro, es casi mayo), y veo un campo invadido por el gamón. Hay mucho muérdago parasitando los árboles. Ya podía venir Panorámix…Así voy dialogando con la naturaleza a través de la ventana. El tren de cercanías lo permite: va a la velocidad de tu pensamiento.


El revisor cruza el tren como una exhalación. Es el que se ha caído en la marmita del perfume. Empiezo a estornudar.

¡Cómo es este mundo! Unos jugando despreocupadamente a los bolos, fuera del tiempo, y en el Tíbet intentando sobrevivir a un terremoto devastador…

En los huertos distingo a hombres jubilados mientras hombres jóvenes siegan (la primera siega de la primavera) campos interminables. ¡Qué agujetas por la noche...!

DÍA 3. A BOLMIR

Jueves, 21 de mayo de 2015

Como hoy no tenía inglés a las 14 horas y daban mejor hacia el sur de Cantabria, decido ir hacia abajo de nuevo. Ya me estaba quedando un poco anquilosada de no salir a caminar un día a la semana.

A las ocho menos diez hoy no hay nadie en la sala de espera. En los monitores, el anuncio “Por favor, presten atención a los horarios”, pero no hay nada puesto en los tablones. ¿Cuál será hoy mi tren y mi vía…? Al rato, aparece un estudiante con mochila y casquitos. Estos asientos son heladores: hoy no tengo nada para poner debajo... Decido comprarme un kinderbueno a un euro en el kiosko de la estación.

Al llegar un tren, le pregunto al revisor desde el otro lado del torco: Vía 2. Y me subo.15 º C a las 8.07 h. Como siempre, pasan a toda flecha el de seguridad y el de la escoba y el recogedor. Hoy no va mucha gente. En el primer vagón, solo una chica con un libro, y un señor que va al final, mirando de espaldas a la locomotora. ¡Ah! Y otro delante  leyendo el periódico, desplegado en el otro par de asientos.

Aunque he metido en la mochila mi “sombrero de ala ancha”, también llevo mitones y un gorro de lana porque en Reinosa está previsto que haya muchos menos grados. A las 8.15 h, 16 º C en Santander. Esto sube como la espuma…Mientras salimos de la ciudad, veo en funcionamiento el ascensor de la pasarela entre la calle Castilla y la calle Alta, “inaugurada sin inaugurar”, porque son  elecciones, y no se puede. Ya ha habido más de un conflicto por eso.

En la costa rondan bastantes nubes negras y se nota que por la noche ha llovido. ¡Qué bien! Hacer hoy un “media distancia”. Más minutos en tren…Quizá de haberme quedado en Astillero, me hubiera chispeado algo…

En la estación de Boo, donde permanecemos parados unos minutos, distingo un saúco cuajado de sus planas flores blancas. Lo llaman el “compañero/acompañante de la civilización”, y dicen que da mala suerte cortar un saúco… La campiña está coloreada en distintos tonos de verde, del más brillante al más oscuro (el de las acacias, las hiedras, los prados, los eucaliptos, los alisos, los plátanos…). Cerca de Renedo, en una zona de aguas lentas o estancadas, destaca un macizo de salicarias en color rojo fucsia. También han florecido el rosal silvestre y la acacia, la mostaza y los gordolobos. Los campos ya han sido roturados para sembrar y presentan la tierra dada la vuelta, destoconada y desmenuzada.

De repente, en Caldas, echo de menos al hombre que siempre se bajaba allí. Hace ya tanto tiempo…Pero no: lo veo bajar. Todo sigue igual...

Cuando llegamos a Los Corrales, el cielo está negro de narices y el sol, “picón”. No sé si no me van a caer unos chuzos. Entre los montes de Arenas de Iguña se desliza la niebla. Una urraca se ha posado en el poste de una cerca y todos los pajarillos han salido volando. En Molledo, está aún más negro: Oh, my God!

En Bárcena, comienza a llover. Si hoy, y aquí, no tocaba…Qué bonita es la subida en caracol desde Bárcena…El camino desde Santiurde es una procesión de majuelos en flor. Bellísimo…

Me bajo en el apeadero de Reinosa y voy primero a Vejo, a “restaurarme” con un zumo de naranja y dos deliciosas empanadillas. También aprovecho para ir al baño. Pregunto y me indican: “¿Por la carretera o por el sendero…?”. Por sendero, of course. Primero tengo que llegar a Requejo. Tomo por la calle La Barcenilla, atravesando el paso a nivel, y leo en un poste “A Requejo, 1´6 km”. Pero antes de decidirme a tomar el camino, me llama la atención un puentecillo de madera a la derecha, sin llegar a cruzar el río, y decido explorarlo. Es un camino de cemento de algo más de un metro que atraviesa la mies dejando el río a la izquierda. Enfrente, un montón de naves industriales. Leo “Corta” en una sucesión de naves azules y beiges o Fundación ONCE en otra. Así llego hasta un campo de ejercicios un poco desangelado con la hierba alta y una pista polideportiva descubierta. Y, de repente, un perro. Lleva collar pero no se ve a su amo. Ha debido salir a su paseo matutino. Nos quedamos mirando mutuamente y él avanza hacia mí. Yo no quiero retroceder, pero retrocedo, un poco. Al final, aunque él no hace caso de mi chasquido antiperros, decide darme un rodeo por fuera del sendero. Así, ambos salvamos nuestra honrilla…


En el camino de vuelta, delante de mí, de poste en poste, aletea un petirrojo, un alirrojo o un colirrojo. No distingo bien: solo veo un destello rojizo. Es un tramo muy bonito. Al fondo, aún quedan unas lenguas de nieve en las montañas.

Vuelvo al sendero hacia Requejo. Ahora llevo el río a mi derecha. Es un camino de guijo y arenilla fina. No sabía que podían venir coches…Un chico me pregunta por la ventanilla si estoy haciendo el GR-93. “Es que mucha gente lo hace, perdone”. Es el GR-99. Lo leo en un poste. Al rato, el coche está parado ante lo que parecen unos huertos de ocio. A partir de aquí, el camino es de herradura, no apto para vehículos.


Cruzo una cerca perfilada por espinos en flor hacia el paso bajo la autovía. Un potrillo muy miedoso se esconde tras su mamá con la excusa de que va a darle “a la chupeta”. En el área recreativa de Requejo, un cartel me indica 1´2 km a Bolmir, ya por la carretera. Cruzando el puente, comienza un “carril bici” para peatones, en rojo. Cerca del embalse pastan muchos caballos. Al otro lado, una chatarrería al aire libre, a pesar de su intenso colorido, empaña la visión de los majuelos.

Al llegar a Bolmir, unos operarios vestidos de naranja limpian con palas las cunetas de tierra y hierbajos acumulados durante el invierno. Cuento siete personas, al menos, adecentando el pueblo.


La iglesia románica de San Cipriano tiene canecillos y capiteles algo desgastados, pero lo que más me gusta es la espadaña. El recinto es un sitio recoleto con el prado bien cortado.

Bolmir, un lugar que me suena a visigótico o celta, con todos esos espinos que dicen los fairy tales ser “morada de hadas”.


A pesar del frío, de la afonía, del dolor en el corvejón (¿) ( ah, no, que eso lo tienen los caballos. Me parece que en humanos es la “corva”), creo que esto: estar al aire libre, me sana. Hoy no tengo prisa por llegar a inglés, así que puedo rezagarme lo que quiera.

Voy hacia los confines del pueblo, al norte, al sur, al este y al oeste. En uno de los finales, un chalé con una portalada en la que se abomban dos vieiras. En la entrada al cementerio, una losa hace de escalón. En la calle Mayor, Alimentación "Concha" y un bar.

Tomo el caminito siguiendo el río canalizado y distingo a “mi lugareño de hoy”, el que he encontrado en el parque infantil nada más llegar al pueblo; luego, sentado en las antiguas escuelas y ahora, paseando por el canal. No le parece que el pueblo sea nada del otro barrio, pero me recomienda recorrer la parte alta. “Es más bonita”.

Volviendo por la carretera, encuentro un elemento de artesanía popular: una mata de fresa dentro de un neumático deconstruido”.


DÍA 4. DE LA CANTÁBRICA A OBREGÓN

Jueves, 28 de mayo de 2015

Hoy, aprovechando que me he despertado temprano, decido coger el tren de las 7.15 h para llegar hasta Obregón por la Vía Verde del Pas (unos 6 kilómetros). 14 ºC a las 7 horas en el luminoso de la Farmacia.



En la estación, la señorita, como siempre, dice que el tren está en el andén, pero no está.
Creo que este es el día que he cogido el tren más pronto. A esta hora, cambian los parroquianos del  primer vagón: un señor de traje, una pareja, un chico joven que anda torpemente y, en Valdecilla, se suben un bicicletero y un estudiante con capucha.

De camino a la estación, en el Pasaje de Peña, he fotografiado varios de los nuevos dibujos infantiles que acaban de realizar los niños y niñas de varios colegios de Santander: pensaba que había más sobre "Los raqueros", pero me he dado cuenta de que el “tíovivo” es otro motivo frecuente. No sé si les daban alguna pauta o solo “Dibuja algo relacionado con Santander”...

El sol ha salido hace tiempo y, antes de Vallerreal, cerca del aeropuerto, la niebla se alza levemente sobre el suelo. Cuando me bajo en La Cantábrica, huele a abono. Solo una chica pasea a un perro negro por el parque. Una pareja de mirlos se mueve a saltitos y picotea sobre la hierba mientras unas palomas cruzan aleteando sobre mi cabeza.

El “camino rojo” está cubierto de pelusa de chopo, que ya sé que no da alergia. Bajo la torreta de la luz, los equisetos ya se han hecho adultos. Pensaba que a estas horas no habría gente pero, a las 8, me adelanta una chica corriendo y vuelve una mujer con un perro. Mis amigos (desde la isla de Mull), los cuervos, graznan sobre la ría de Solía.

…Ya vuelve mi señora del chándal azul prieto. Ha llegado hasta Liaño. Pasado el cruce de Liaño, en el otro lado de la calzada, me encuentro a dos coches (uno, un 4X4) por la “Vía Verde”. Las casas cercanas tienen la salida por ella. Más adelante, veo un cartel: “solo vehículos autorizados”. Menos mal, ya pensaba que iba a tener que ir sorteando automóviles…

Atravieso la carretera de una urbanización (podían haber pintado la acera de rojo para que no tuviéramos dudas) y vuelvo a avistar la senda junto al consultorio médico. Una vez en el buen camino, decido sentarme un momento en un banco de madera a mirar la campiña y oír los “píos”  y el rozamiento de los coches con el aire. ¿No dicen que somos incapaces de estar diez minutos sentados, en silencio, sin hacer nada (ni consultar el móvil) en esta vida acelerada que llevamos…?. 8.35-8.45 h. No, yo no tengo ese problema…


No recordaba el camino tan sombreado hace años: es más, recordaba una solanera…Son arces, principalmente, pero también hay acacias, castaños, robles…Un camino  fresco y húmedo a estas horas de la mañana. Huele a heno dulce y veo menta en la cuneta. Es una zona muy humanizada. Constantemente han de recordar que el camino está prohibido a coches y motos. Estaría bien que añadieran postes kilométricos para saber lo que llevamos recorrido...

Sobre las 9 h. oigo levantar persianas en una casa próxima y canta un gallo rezagado. El siguiente panel informativo, pasado el kilómetro 4 – según han escrito a mano con pintura blanca en el alquitrán- ya no tiene pintadas (supongo que la lejanía del centro urbano influye). Así me entero de que el valle de Villaescusa es la zona entre la ría de Solía y el macizo de Peña Cabarga. Sobre los pájaros que pueden avistarse, se citan: cornejas, cuervos, ratoneros, urracas, bisbitas, jilgueros, golondrinas, currucas, pinzones, petirrojos, cernícalos, lavanderas…


Por el norte, a mi derecha, el cielo se va cubriendo de una especie de niebla negra. Creo distinguir, a lo lejos, las rocas especiales del parque de Cabárceno. Atrás he dejado la antigua estación de La Concha. Sí, -me confirman unos paisanos, quienes me dejan encaminada al pueblo de Obregón, donde pienso coger un autobús de vuelta-. Es el paisaje kárstico y lavado de las antiguas minas. De nuevo, el calambre en la corva derecha. ¿Es que ya no voy a poder hacer ni seis kilómetros…?

La parada de bus está frente al restaurante "El Moderno". Me hubiera tomado un café o un helado, pero la taberna Mary o el bar Moderno están cerrados y no veo a nadie a quien preguntar. Son las 10.30 h y, de repente, oigo voces. Una señora con un perrito atado a una correa muy larga, me confirma que sobre las 11 tengo autobús a Santander.

Ya en casa...Una noticia de 2011, leída ahora, en 2015.
http://www.eldiariomontanes.es/20110316/local/cantabria-general/tren-unira-santander-cabarceno-201103161342.html. Tranvía de Astillero a Sarón, con parada en Obregón para 2013. Hasta hoy…

DÍA 5. A LA CAVADA Y RUCANDIO

Me quedaban pendientes algunas recomendaciones que me han hecho a lo largo de estos 9 meses; una de ellas era “bajar en La Cavada e ir a Rucandio, mi pueblo”, que me hizo la dependienta de la pastelería María Luisa, de Liérganes. Así que, ¡allá vamos…!

Jueves, 18 de junio

17º C  a las 7.48 h. Todo despejado.

Felipe hoy viene con un elegante jersey amarillo y sin el “tres cuartos”. Me reconoce.
Redistribuye los panes entre el saco y las dos  bolsas y le ayudo con ellas de camino al primer vagón.

El trayecto se me pasa volando hasta La Cavada charlando con él. Tiene 81 años, ojos grises y ánimos para ir todos los días a Liérganes, de lunes a sábado, a llevar el pan duro a los animales. En tiempos, tuvo 21 vacas -a las que trataba bien- y alergia al cemento, por lo que hubo de dejar la construcción.Ahora vive en Santander, pero sigue levantándose temprano y, “algo hay que hacer”… “Para Rucandio, tira a la derecha”- me dice desde la puerta del tren, cuando me bajo en La Cavada.


Los pájaros pían como locos y algunos entonan cantos melodiosos. Hay gordolobos en los campos, al sol, y menta en las umbrías.

Voy rodeando una tapia de piedra de más de tres metros de alto y llego a un paso a nivel sin barreras. No sé cuál es el camino: si el que asciende o el que cruza la vía. Me decido por el que sube en sombra, más fresco. Las farolas en la carretera y algunos coches que suben o bajan, me hacen deducir -como una Sherlock Holmes- que estoy en el camino correcto. 

Con mi libro de plantas en la mano, creo identificar una flor que no conocía: la Campanula patula. Crece en la cuneta junto a unas ortigas de hojas gigantes. También descubro flores de digital. Con esta, como dice el libro, “no hay posibilidades de confusión”.

En Rucandio, cien metros cuesta arriba, el aire huele caliente. Quizá no estemos a más de 20 ºC, pero tengo calor.

Atraída por un árbol de copa amarillenta que no distingo qué es, dejo atrás el albergue juvenil, cercano a la iglesia. El árbol está junto a un magnolio dentro de una gran finca, pero no veo bien las hojas y me quedo con la duda.

Un cartel me informa de un sendero local de algo más de 4 kilómetros entre Trasnoval, Rucandio y La Cavada.


De camino a la iglesia de Santa María Magdalena, barroca, con una torre octogonal (esto lo leeré luego en casa porque, por primera vez, se me ha olvidado mirar en la Wikipedia -premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional 2015), un perrillo me corta el paso en las lajas de acceso, así que decido ir por la carretera que la circunvala. El can me sigue por arriba y lo pierdo de vista un momento. De repente, está junto a mí moviendo el rabo. Menos mal. Es amistoso…

La iglesia, en un alto, es como un gran mirador; lástima que unas acacias desgalichadas estropeen la vista hacia las montañas. Huele a hierba recién cortada y veo los aperos en reposo. La cuadrilla de jardineros está descansando un rato a la sombra en un banco. Les pregunto cuándo abren el albergue, cerrado y con las persianas bajadas, y sin ningún anuncio de fechas u horarios. Me dicen que la llave la tienen en la casa de abajo, y que abre "cuando hay gente"...

El perro, que no sé si es suyo, me acompaña un tramo del camino que bordea la finca de los árboles magníficos, por la derecha. La tapia, por zonas, está derruida. A ratos, él, o ella, va delante. Otros, yo. Cada cual a nuestras cosas. A oler, a purgarse, él (o ella). A tomar notas o fotos, yo. Es un perro paciente y andarín, un perro humanizado que no ladra (¿será mudo?) ni se asusta de mis bastones. Me acompaña por otros circuitos que emprendo y, a veces, se para a esperarme. Yo creo que le gusta dejarse llevar por alguien y ver los caminos habituales de otra forma. En una de las  posibles subidas a la iglesia, campo a través, tres pirindolos, una especie de menhires “fabricados por el hombre”, me llaman la atención. Parecen repetirse en una casa con un reloj de sol de 1723, a la salida del pueblo. Me intrigan…

Rucandio tiene parada de autobús con asubiadero. ¿Por qué nunca ponen los horarios, para viajeros despistados que caen por ahí…?

De vuelta, me huele a alubias caseras. Ummm. En el bosque, a la bajada, cuento encinas, avellanos, majuelos, rosal silvestre, saúcos, arces, robles, fresnos… Me llama la atención un banco, desplegado detrás del quitamiedos, muy apropiado para desnucarse por el precipicio. Por supuesto, no me siento. La próxima vez que vaya a Liérganes, tengo que decirle a “Mª Luisa” que sí, que su pueblo, Rucandio, es muy bonito.

Como solo son las 11  cuando llego de nuevo a la estación de FEVE, decido tirar hacia el Ayuntamiento de La CavadaUn cartel me informa de la Real Fábrica de Artillería, de 1650, y La Montañesa Textil, de 1847, “empresa de tejidos pionera en Cantabria”. La fábrica “de cañones”, con 4 altos hornos, fue la primera siderurgia e industria armamentística de España (produjeron hasta mil cañones por año). Entonces vinieron técnicos de Flandes, cuyos descendientes aún conservan los apellidos, más o menos castellanizados: Arche, Baldor, Guate, Lombo, Roqueñi…

Enfrente del colegio público “L. y J. del Valle”, en lo que eran las antiguas escuelas, se alza el Museo de Artillería. En el jardín, cañones varios – fabricados en La Cavada- con su explicación. Me entero, por ejemplo, de que la fragata “La Magdalena” fue utilizada por von Humboldt en una de sus expediciones científicas. O que la fragata “Prueba” participó en la expedición del San Telmo a la Antártida en 1819.

http://www.lacavada.es/. Museo de Artillería en La Cavada en las antiguas escuelas, inaugurado en 2006.


Junto a la iglesia de San Juan Bautista, un jardín en memoria del párroco, con el lema en la puerta: “Hasta aquí, el tiempo. Desde aquí, la eternidad”. Nunca mejor dicho. El prado, alrededor, trufado con las inefables toperas.

Dejo atrás la piscina municipal, el polideportivo y varias casas indianas maravillosas para coger el tren de las 12 y 10. El próximo día, Ceceñas.

DÍA 6. A CECEÑAS. ÚLTIMO DESTINO ESTE "CURSO"

Miércoles, 24 de junio de 2015. 7 de la mañana. 17 º C. “Tren a Liérganes, situado en vía 7”- oigo decir a la señorita por el altavoz. En el luminoso pone “en andén”. ¡Ja!

En la sala de espera, los restos de la noche de San Juan y algunos vociferantes. Se suben en mi primer vagón. ¡Vaya! Decido moverme al segundo para dejar de oírles. Una pareja también se cambia.

Cuando estamos todos acomodados, vienen a desalojarnos. “El tren es en la vía 2”. Hoy sí que me gustaría haber tenido unos casquitos con buena música…

Como es muy pronto, decido ir primero a La Cavada para ver lo que me faltó la otra vez.
Día naranja. ¡Bien!

La cuadrilla de chicas se baja en Astillero. Entre los chicos, un tal Jonás es el más pasado y díscolo. El grueso se baja en Solares y el llamado Jonás se pasea arriba y abajo del pasillo del tren como Pedro por su casa. En Ceceñas, fuerza la puerta para salir. No sé si ha tirado de la anilla y se ha bloqueado todo. Solo vamos el conductor y, aparte de ellos y yo, otro chico que se ha subido en la parada anterior y que le mira divertido. Espero que se vaya a dormir a casa y no encontrármelo luego por Ceceñas…

A las 8, todo está dormido en La Cavada. Villa Pilar, a la salida de la estación, aún conserva encendida la bombilla de bajo consumo de su portón. Un perro empieza a ladrar. El paso habitual de parroquianos no le importa, pero si te paras y permaneces un rato quieta…


Voy hacia el centro del pueblo. El hostal Riotuerto está encima de la carnicería Esteban. Por una rejilla de ventilación sale un olor a carne… que a estas horas de la mañana me marea. Junto a ella, “el rincón” de Vicente Trueba, “el primer rey de la montaña”, con una fuente y un monumento. La localidad tiene otro ciclista famoso: Isidoro Bejarano Lavín (1913-1970), “vecino de Riotuerto”, pueblo que está a 2 kilómetros.

Junto al arco de Carlos III, de 1784 (la entrada al recinto de la Real Fábrica de Artillería), la posada restaurante Carlos III, en color pistacho. La verdad es que el arco queda como testimonio exento entre el taller “Real Sitio” (revisiones pre-ITV y reparación general del automóvil); Gerardo, barbería, el centro de tercera edad, una sucursal de Caja Cantabria y una casetuca (¿la del factor?) del centro de turismo activo Alto Miera. Un conjunto poco armónico y algo deslavazado.

En el cartel explicativo, leo que, mientras duró, la fábrica produjo 26.000 cañones, además de munición, consumiendo ¡10 millones! de árboles. Pero consiguieron disminuir en un 25 % el peso del cañón, y eso, en barcos de la época que llevaban hasta 140, fue muy importante (para no hundirse).

Me tomo un cortado y unos “conguitos” (bolsa de 20 gramos) en “El cestuco”, que abre temprano. Luego, me deslizo por un sendero a la vera del río. En abril de 2014 han recuperado un lavadero y la fuente de Tarancón, creando, con una pequeña intervención, un lugar plácido y sedante, sombreado y tranquilo. Con el murmullo del río como acompañante.


A las 9 y 12 estoy en Ceceñas. Cuando salto al andén, huele ¡a mierda! Veo el campo cercano inundado por lo que parece abono líquido. ¡Algo era ello!

No sé por dónde es la salida hacia el pueblo y, como no veo a nadie, tomo hacia la izquierda para bordear la iglesia (de San Vicente); pero es un camino sin salida.

Una chica, que resulta ser profe, y que me ve un poco despistada, se empeña en llevarme a su cole (Colegio Bilingüe Apostolado -del Sagrado Corazón de Jesús), para preguntar a alguno de sus colegas, que es de aquí, si existe algún sendero cercano “andable”. Les dejo pintando las puertas de azul brillante y cojo ahora a la derecha del cole. Después,  tiro hacia una zona sombreada, cruzando la vía sin barreras. Huyendo del calor.

Las nueces ya están gordezuelas, pero aún verdes. Los maizales (de unos 50 centímetros de altura) empiezan a esponjar. Al fondo, la Casa Blanca del pueblo de Valdecilla, la iglesia, y Peñacabarga.

Voy hacia el barrio de El Casar, donde distingo una casa indiana? que me gusta mucho, bordeando el maizal. En el portón pone: 1890. Frente a la casa, cuyos muros han recrecido, un grafiti: “Sonríe que te vigilo”, dos corazones y Bribriblibli.

Así llego al parque fluvial “La Regata” junto al río Miera. Está un poco abandonado. A la entrada, me “saludan” cuatro zapatillas deportivas  tiradas sobre el asfalto. Chopos y plátanos sombrean la zona, y las ortigas prosperan por todos lados. La hierba está alta y se ven restos del botellón nocturno. Al inicio, una caseta que no sé si se transformará en bar en verano. Al otro lado, dos estructuras de madera, a modo de asubiadero, con  mesas para comer. Hay una fuente.


A medio camino entre los dos extremos, una ingeniosa entrada al parque entre dos tapias bajitas. Me dedico a cortar las bardas que salen al camino. Me siento un poco como Juanito Manzana, solo que en vez de esparcir semillas, corto zarzas…

Vuelvo por el barrio Rubayo y cruzo de nuevo la vía del tren. Salgo a la carretera general hasta que veo un cartel que señala FEVE por el interior, y me meto por ahí. Como aún me queda media hora para el próximo tren, cojo de nuevo hacia la iglesia y sigo eligiendo los caminos más sombreados. La gente trabaja en sus huertas: un señor sulfata los tomates con la mochila a la espalda, y sin máscara. Distingo cebollas, judías verdes, lechugas…Callejeando, llego hasta la bolera, junto a la carretera general, y decido que ya está bien por hoy.

En unos paneles, leo los horarios de entrada a la finca Marqués de Valdecilla (no imagino que, semanas después, en un curso de verano de la UC, me lo van a enseñar todo con detalle).


En la estación, tres profes del cole vienen a echarse un pitillo, fuera de la vista de la dirección. Pajarines y mariposas revolotean en el campo segado frente a mí. En el cielo, las primeras nubes, y la brisa, que empieza a crecer. Esta es mi última salida este “curso escolar”. Pero pienso hacer más el próximo…