miércoles, 3 de diciembre de 2014

DIARIO DE UNA VIAJERA EN TREN (DE CERCANÍAS) I

No sé si la lectura de “Historia de un viejo tren”, a los 8 años, ha tenido algo que ver, pero siempre me ha gustado viajar en tren: sobre todo en los Cercanías, o en el anterior al AVE (que, como su nombre indica, Alta VElocidad, es demasiado rápido para mis ojos, glotones de paisaje).


En esta búsqueda de un nuevo reto para seguir escribiendo día a día, se me ocurrió de repente la idea. Y, ¿por qué no…?

Ensimismada

Voy sentada frente a un hombre todo el camino.

No nos hablamos, pero nos caemos bien mutuamente.

Sé que nos fijamos en las mismas cosas, y su mirada cómplice, por unos momentos cruzada, me lo confirma.

Lo sé al ver el campo lleno de flores azules. ¡Moradas! -pienso luego. Mira con tanto embeleso como yo, enamorado de la hermosura.


Como yo, sonríe a los pensamientos.

¡Qué importa que los demás crean que estamos locos!

De los recuerdos de Germán


Mador iba a la estación (de Sierra) casi todos los días con el carro y el caballo (Machaco) a recoger las mercancías que llegaban por tren. A Germán se lo llevaba para que contuviera el caballo y no le dejara comerse las bridas, porque “mientras que los burros no se mueven del sitio, los caballos son muy inquietos; están todo el rato moviéndose”.

A Machaco lo requisaron en la Guerra Civil y tenía tanta querencia a la tienda que, cuando pasaba frente a ella, insistía en meterse de nuevo en la cuadra.

Jorge, el nieto de Amador, ha llamado también Machaco a su caballo.

1 de octubre de 2014. A Santa Cruz de Iguña

Llevaba mucho tiempo queriendo visitar los lugares del inventor español Leonardo Torres Quevedo (… “Dedicarme a pensar en mis cosas…”).


http://www.upm.es/institucional/UPM/MuseosUPM/MuseoTorresQuevedo. Museo Torres Quevedo en la Universidad Politécnica de Madrid.


Su mención, en el último libro de Landero (El balcón en invierno), me lo ha recordado; así que Santa Cruz de Iguña será mi primer destino en tren (de cercanías).

Documentándome sobre la localidad, leo que otro escritor nacido en Santa Cruz, Evaristo Silió, escribió el romance “Los viajeros”: “Adónde irán los viajeros/que trasponen la montaña…”.

Yo, en cambio, siempre me pregunto: “¿A dónde llevarán los caminos…que veo desde el tren…?”. Y me gustaría que hubiera carteles con letras grandes para poderlas descifrar al pasar.

Relato de viaje

Aún no se han apagado las luces de la calle cuando salgo de casa. El tren es a las 8.11h. Es el primero que para en Santa Cruz. Todo despejado.

En el primer vagón solo vamos 5 personas: un matrimonio mayor con unos maletones imposibles, un señor malencarado, una joven moderna con mechas, y yo.

Nada más salir de Santander nos envuelve la niebla. El sol es como un ojo de Polifemo entre gasas. Bandadas otoñales de pajarillos se reagrupan en un arbusto caprichosamente, y se van. Los plumeros están por todas partes.

La luz es naranja: mi luz favorita de otoño. En los terraplenes, rebrotan acacias en un terreno que ha sido desbrozado recientemente, y los castaños exhiben sus bolitas verdes de pinchos que, desde el tren, parecen bombones de trufa.

Pasamos, sin parar, la coqueta estación de Viérnoles (luego leo que la parada es “facultativa”).


En Santa Cruz solo nos bajamos un hombre y yo. La estación está muy abandonada (aunque, de un extremo, le sale una antena parabólica). En la carretera cercana se oyen camiones y pajarillos piando entre la niebla. El paisano ha desaparecido tragado por el manto blanco. Sigo hasta el final del andén y cojo la calle “La Estación” hasta darme de frente con Villa Pedro, una casa con jardín que me gusta mucho. Desde aquí parte un carril bici, para ir “de perfil”, bajo los fresnos. Las telarañas, con gotas del rocío nocturno, están aún intactas.


Sin ningún objetivo, tomo la calle san Benito hacia el río, que cruza por un puente de hierro (el puente de Helecha, “posiblemente uno de los ejemplos de puentes de estructura metálica más antiguos que se conserven en uso en España”.http://www.eldiariomontanes.es/torrelavega-besaya/201511/10/molledo-arenas-iguna-unen-20151110164459.html). Por un poste informativo veo que estoy en La Serna de Iguña.


El sonido del río,  a ratos, es ensordecedor. Bajo por unas escaleras y veo una fuente y una garza real que sale volando.

Llego hasta la que yo llamo “casa de los espejos”, comida por la hiedra y las corregüelas, y me doy la vuelta, en dirección contraria hacia Molledo. Es una pista de tierra con guijo así que, alargo mis bastones, y ¡a caminar!

Poco a poco se va “naturalizando” el terreno (ahora es todo hierba) hasta que, cuando llevo recorrido alrededor de un kilómetro, me doy con una puerta de hierro y un candado. Fin de la pista.

Son las diez y media y he desayunado a las 7, así que es buen momento para sacar mi sándwich casero. De lomo sin adobar, está un poco “polvorón” a pesar de haberle untado un quesito en cada rebanada. Los tomates cherry ayudan un poco y unas moras de zarzal completan mi almuerzo antes de regresar.

El campo me huele a regaliz. Un cuervo posado sobre un sauce llorón grazna como un descosido mientras picotea con saña una quima.

Al llegar al pueblo, un señor con andador se lía un cigarrillo en un banco al inicio de la pista. – ¡Qué buen día…! -le saludo.  “No está mal, no…”- me contesta. Y seguimos a nuestras cosas.

Retomando el camino hacia la carretera general, vuelvo a oír un sonido de infancia: “¡Se aproxima el chatarrero…Recogiendo toda clase de chatarra…Lavadoras, cocinas, neveras… Bicicletas, hierro, motos… Calentadores, baterías, radiadores…!”. Es una pareja joven en una furgoneta que “canta” al megáfono sus demandas.

Una vez en la carretera, me acerco a leer unos carteles sobre el municipio y, sin querer, y sin saber, me doy de bruces con un túnel de paneles y la estatua de Leonardo Torres Quevedo junto a una gran tuerca. A la estructura le falta un foco, y algunos botones no funcionan. De repente, mientras tomo unas notas bajo los hierros, me sobresalta una voz que sentencia: “¡Jaque mate…!”. Supongo que es un detector de presencia, pero me da un susto de muerte.


En los paneles, leo que Torres Quevedo patenta 24 de sus invenciones, y que la Sociedad Constructora del trasbordador funicular entre Estados Unidos y Canadá sobre las cataratas del Niágara, “The Niagara Spanish Aerocar Co. Limited”, (un viaje de 6 minutos para recorrer 550 metros unas cincuenta personas) era toda de capital español.

Mientras tomo un café en el bar “La curva”, su anfitriona me cuenta que “primero fue la estatua” y luego el túnel con los paneles. Se sorprende cuando le comento que aún funcionan algunos de los sensores. Le digo que yo pondría en la acera algún tipo de símbolo (como las manzanas en Villaviciosa o la vieira en Ribadesella) para indicar el camino hacia el lugar.

Luego, sigo caminando hasta donde está el cartel que anuncia el principio, o el final, según se mire, de Santa Cruz. Se localiza junto a una casona que me recuerda a la de la película “Los otros”.

La calle “Carretera general” tiene muchas casas que se venden, alguna muy bonita, con miradores. También veo una portalada sin casa, y lo que parecen los restos de una ermita comida por la vegetación.

Como tengo tiempo hasta las 12.30, camino hasta el colegio público, enorme y feo, de nombre Leonardo Torres Quevedo, por supuesto. Dos pistas de cemento de fútbol, otra de hierba, y campo alrededor de una nave horrenda (Me viene a la mente la pintada, en Ruerrero: “Naves, a Marte”, que siempre me hace sonreír), constituyen el patio escolar.

Me voy con los oídos llenos del griterío de los niños en el recreo. De recuerdo, me llevo una castaña “pilonga”.

[Febrero 2022: descubro en una librería de Torrelavega "el primer cuento infantil dedicado a un gran genio olvidado, Leonardo Torres Quevedo". Se titula Leonardo Torres Quevedo en el Valle de los Inventos. Han tenido la delicadeza de incluir algunas mujeres inventoras. Yo solo, en los juegos finales, pondría los nombres de pila, porque yo, hasta muchos años después, no me di cuenta de que B. Morisot era una pintora, Berta...].



8 de octubre de 2014. A MOLLEDO en busca de las localizaciones de El camino, de Delibes


Estuve hace tiempo en Molledo con “El camino” en edición de bolsillo. Quería ver si era capaz de reconocer los lugares de los que se hablaba en el libro.


El capítulo tres comienza: “El valle…”. Se habla de la vía férrea, la carretera y el río que lo atraviesa. De maizales y castaños. De la iglesia, “trescientos metros más allá, varga abajo…de piedra…con un campanario erguido y esbelto”. Y del cementerio, “pequeño…, recoleto…, con “dos afilados cipreses”.


Recuerdo que, entonces, me empeñé en encontrar la taberna de Quino, el Manco “en la confluencia del río y la carretera, a un kilómetro largo del pueblo”. Todo ello sin preguntar a nadie, por mí misma.

En esta ocasión, quería descubrir una placa que había leído habían puesto en la casa donde viviera Delibes de joven, casa que no sabía cuál era ni dónde estaba.

Delibes escribió El camino en tres semanas, “veintiún días, veintiún capítulos”. A su editor, Josep Vergés, le dijo que pretendía ser “una pequeña historia de una pequeña aldea” y que estaba ambientado en “Molledo Portolín, pueblo donde nació mi padre”.


http://www.rtve.es/television/el-camino. El Camino, de Josefina Molina.

Relato de viaje

Decido arriesgarme a pesar de las previsiones de lluvia. Jueves y viernes dan peor…

19º C a las 8. Hace sur. Llevo el abanico, algo imprescindible en los últimos tiempos. Aún no es totalmente de día y no se han apagado las luces de la ciudad.

Las previsiones, hora a hora, de internet, dan que a partir de las 9 habrá “huevo frito” con pocas posibilidades de lluvia. Veremos…

El cielo en la bahía luce rojo entre nubes. En Muriedas, baja el limpiador del tren con su escoba y su recogedor.

Un pasajero lee el periódico desplegado en el asiento de enfrente. Y otro más, desayuna a “escondidillas” en los asientos de atrás.

Hoy me he colocado también en el primer vagón, en el centro, pero en el lado izquierdo, para tener otra perspectiva. La próxima vez, me sentaré al final.

Ferroatlántica llamea por sus chimeneas un fuego que es casi translúcido. También reconozco el “faro en tierra” antes de llegar a Guarnizo. Están en fiestas: diviso los coches de choque y una furgoneta de  la churrería Calderón.

Los plumeros, saliendo de Guarnizo, constituyen una epidemia.

Al oír “Parbayón” por el altavoz del tren pienso en “la mies” de Parbayón de la que se hablaba cuando yo era pequeña. Ya no hay mies: está inundada de edificios.

Se sube uno de seguridad que baja en Renedo tras realizar una rápida ronda visual.

La temperatura baja: 17 º C en Sierrapando. En Torrelavega, la carpa de un circo, blanca y azul, se alza en una explanada cerca de la estación.

Un señor con camiseta roja de manga corta se sienta detrás de mí en el lado derecho.  Se baja en Las Caldas tras ponerse una cazadora vaquera. Quizá vaya a tomar las aguas…

Aquí también podría hacerse una “ruta de la toponimia” como en Sariego, en Asturias, donde instalan carteles explicando los nombres de los lugares: helguera, lugar de helechos; serna, terreno de siembra; lombera, loma…

En Los Corrales, Nissan echa un humo que no es muy blanco. En Las Fraguas se baja otro trabajador de ADIF con el chaleco reflectante.

En la estación de Santa Cruz de Iguña, definitivamente, vive alguien: veo tendidos unos calcetines de niño y unos guantes de fregar.

Cuando salgo de la estación de Molledo por un lateral -antes, se atravesaba la casa pero ahora  la  puerta central está tapiada-, el pueblo parece estar dormido con las persianas echadas. Solo el graznido de los cuervos y el tráfico rompen el silencio a las 9 de la mañana. Pronto empiezan a caer unas gotas a pesar del viento sur, y he de sacar mi capa naranja chillón.


Decido ir primero hacia la derecha, sin recordar que la subida lleva al pueblo.

Junto a la bolera, la taberna Ytria. Aquí me tomo un café con un pincho “de autor”: una especie de croqueta de setas sobre melón rebozado. ¡Exquisita! El precio, de pueblo: 2 euros.

Hay más bares: el café-bar Rueda y el bar Kiko, junto a la carretera. Además, veo un Lupa, una librería papelería, un consultorio médico, un banco y una caja de ahorros; congelados Alicia, la carnicería Tino,  y una peluquería, de nombre Pink.

Sigo la carretera hasta encontrar el cartel que indique el final, o el principio, del pueblo. Está junto a la iglesia del Camino. Bajo un plátano con las “bolas pica-pica” ya maduras, el busto de don Luis Fuentevilla, “un sacerdote”- leo en internet (¿Sería el modelo de don José, “el cura, que era un gran santo” de El camino…?).


En un lateral, la virgen del Camino, está rodeada de velas. Como no veo la ranura donde echar los “duros”, dejo las monedas apiladas sobre el alféizar. La campa de la iglesia está ocupada por castaños “pilongos”. El cementerio es un poco destartalado. Es como si el primitivo bailara holgado en un espacio demasiado grande.

Al salir de nuevo a la acera charlo un rato con un hombre muy agradable que pasea con bastón. Hablamos de este tiempo loco y del viento sur. Solo se oye el ruido del aire entre las hojas, los campanos de las vacas y los coches por la autovía.

De vuelta, en una casa con una placa, -a Fidel García Lomas, escritor, “hijo de este pueblo”-, unos obreros se afanan sobre el tejado, para cubrirlo antes de que lleguen las lluvias.

Como aún tengo tiempo, sigo carretera adelante hacia Silió, donde comienza la ruta del río Erecia. Y solo al regresar, corriendo, al tren, descubro la calle Miguel Delibes y la casa, sencilla, con el escudo en cuyo pliego de piedra se lee: “En esta casa vivió en su juventud  el escritor Miguel Delibes cuya novela El camino constituye un entrañable homenaje a las gentes del Valle de Iguña”. Es de marzo de 2009.


17 de octubre de 2014. A SILIÓ, LUGAR DE LA VIJANERA

Aún deben de andar por ahí las fotos de cuando fuimos a la Vijanera, muy al principio, cuando aún no era la fiesta que ha llegado a ser.


Creo que había oído a Antonio Montesino ¿ (Fiestas populares de Cantabria. 1984) hablar en la librería Puntal 2 ¿ sobre dicha fiesta y supongo que los azuzaría en casa para ir.

Recuerdo a los zarramacos corriendo con sus campanos, las coplas que se leyeron, y poco más.


De Silió sale la ruta del rio Erecia que atraviesa el monte Canales, uno de los mejores robledales- dicen- de Cantabria.

Relato de viaje

Iba a haber ido el miércoles, pero me asustaron unas gotas a la salida de casa, así como un dolorcillo en la zona del apéndice que había tenido durante la noche.

El viernes daban sol abrumador, así que mejor dejarlo para entonces; o sea, hoy. El 17 de octubre, a las 8. 11 h, es más de noche que de día. Cómo se nota que vamos hacia el invierno…

En la estación, la “señora parlante” dice que mi tren “va a efectuar su salida”, y aún no ha entrado en  la vía…Cosas de la mala sincronización y de la dependencia de las máquinas…

Me he sentado al final del primer vagón para tener una panorámica de todo el interior. A mi lado, dos eslavos (uno con una camiseta roja de los cursos de verano en El Torco de Suances) y un señor consumido con barba de dos días y un chaleco descolorido de ascensores Zener.

Debemos de ir 8-10 personas, tres de ellas, mujeres. Hoy parece que vayamos más gente. Quizá sea porque puedo ver todo el vagón desde atrás.

El cielo está rojo, precioso, de sur total. Peñacabarga sobresale entre nubes naranjas. Tengo mucho calor, así que saco el abanico y compruebo que la calefacción no está encendida.

En Renedo se baja mucha gente, como 6.

En Vioño, me sorprenden de nuevo las dos chimeneas y lo que parece la plataforma de lanzamiento de un cohete (mirando luego en internet, leo que es la fábrica de Saint Gobain Glass, que comenzó en 1925 como Cristalera española). Días después, leo que van a cerrar la planta. http://www.eldiariomontanes.es/economia/201411/14/saint-gobain-cerrara-millones-20141114174620.html.


Voy todo el rato cambiándome de asiento para tener la mejor vista. Los eslavos deben de estar alucinados. El viejo de ascensores gargajea y creo que echa un lapo al suelo. Luego, se limpia la boca con un pañuelo moquero¿??

En Torrelavega se suben tres señores maduritos con mochilas. ¿Irán a hacer también mi ruta…? O quizá vayan a recorrer la calzada romana de Pesquera a Bárcena de Pie de Concha…

En Las Caldas se baja uno de los eslavos. Llego a la conclusión de que es el mismo señor del otro día con la camiseta roja. Quizá no vaya a tomar las aguas y sea un trabajador. ¿Un enfermero del balneario…?

En Las Fraguas se sube otro mochilero. Está visto que más de uno hemos pensado que el día es ideal para caminar.

En Santa Cruz se baja el otro eslavo. Quizá fuera el que vi perderse entre la niebla el primer día…

El anciano de ascensores, con sus zapatos raídos y su paraguas amarillo descolorido, se baja conmigo en Molledo (volveré a coincidir con él a la vuelta, en Arenas de Iguña). Ayer debió llover bien y  aún quedan charcos en el andén.

De camino a Silió (a 2 km de Molledo), me recuerdo a mí misma que he de reservar al menos media hora para regresar al tren a tiempo. No tengo prisa, así que paro cada dos por tres para tomar una nota o sacar una foto. Son las 9.30 h y tengo tres horas enteritas hasta mi tren de vuelta.

El rumor del río se une al del viento sur y al piar de los pájaros. Un  autobús de ALSA me adelanta, hacia ¿Silió? Poco después, un coche de “Yates y Cosas”, hace lo propio con un yate ¿??

Tengo el sol de frente, lo que es bastante incómodo. Como pega fuerte a pesar de la brisa, vuelvo a echarme crema protectora y saco mi gorro de Cadaqués, de peregrina.

A medida que me aproximo al caserío de Silió, se oyen más campanos y el batir de los maizales, ya casi secos. Hay un poco de mezcolanza entre las casas de campo de toda la vida y las “innovaciones”, alguna no muy afortunada.

Frente a la ermita de Santiago y la escultura del zarramaco, un restaurante de cocina tradicional de nombre “Lausana”. Aprovecho para ir al baño y tomar un cortado. No me atrevo a sacar el pastel de dulce de leche que me he comprado en la panadería-pastelería “Churruscos”. El museo de la Vijanera solo abre los sábados, de 11.30 a 13.30 h. ¡Lástima!


Buscando el final del pueblo, paso el bar Canales, ultramarinos Pili, la furgoneta del pescado (un gato se relame “con ojos golositos”), un estanco, un colegio público (sin niños. No hay los 6 mínimos para que este permanezca abierto), un centro sociocultural y un ambulatorio (sin enfermos. Luego me entero de que solo abre martes y jueves). Hacia el final del pueblo, la iglesia  románica de San Facundo se ve pequeñita al lado de unos chalés a medio construir que desentonan por un volumen excesivo.


Cruzo el puente sobre el río Erecia y cojo la carretera más cercana a este (en vez de la que sube de frente, más empinada), Paso junto a un lavadero rehabilitado y, en otra desviación, vuelvo a tomar la más cercana a la ribera. Es como ver el pueblo “por detrás”, “al otro lado del río”.

Mientras tomo notas, oigo una voz a mi espalda, que dice: ¡Cuánta foto! Me vuelvo y solo veo un perro. ¡Vaya! Debo de estar en una novela ejemplar de Cervantes…

Al hacer visera con la mano (el sol me deslumbra), vislumbro a un paisano sentado sobre una paca de heno. Aprovecho para preguntarle cuál es el pico Jano (el Rando de Delibes en El camino). Me señala uno que tiene unas cruces o antenas en la cumbre. O quizá unas torres de alta tensión.

Veo otros muchos caminitos, que me llaman, pero ya son las doce menos cuarto y no quiero perder el tren. El siguiente es a las 15.15 h…

Me cruzo de nuevo con la pescadora que toca la bocina para avisar mientras habla por el móvil, quizá con una clienta.

No sé dónde estoy, pero sí que he vuelto hacia atrás. De repente, veo “Churruscos”, la panadería-pastelería. Ya sé dónde estoy: junto a la ermita y el zarramaco. Ahora, de vuelta al tren. Dejo pendiente para otro día la senda del río Erecia.

La chica que antes en bata, fucsia, hacía algo junto a los postes de la valla, ahora, ya vestida, pasa la cortacésped alrededor de la casa. En el campo, siempre hay algo que hacer.

Me cruzo con una señora en bici que trae desde Molledo la compra del Lupa colgada del manillar. No desfallece a pesar de que ha de luchar contra el viento, fuerte, en contra.

Mientras espero al tren, me como mi sándwich de queso picón con berros que me sabe a gloria a pesar de esta un poco “polvorón”.

Quizá vaya a Pesquera la semana que viene…Me esperan la escuela laica y el camino de las harinas…

DÍA 4. A PESQUERA, donde la Escuela (Laica de Ángel) Fernández de los Ríos

“Primera escuela laica de la provincia”- escribe Carmen del Río Diestro en su estudio. Inaugurada el 27 de julio de 1881 (él había fallecido meses antes, en París, el 10 de junio de 1880), será su mujer, Guadalupe Rueda, quien lleve a cabo su proyecto (“Dedicar mi casa de Pesquera a fundar un Grupo Escolar, laico y mixto…”), con algunas variaciones (introduce, por ejemplo, la enseñanza religiosa porque las familias no se ocupan, “lejos de cuidarse de la educación religiosa de sus hijos, solo atienden a las rudas faenas del campo, que les absorben todo su tiempo…”).


Su proyecto de escuela laica abarca desde la Escuela Infantil a la Primaria y a la de Adultos. No deja nada a la improvisación: hay instrucciones al profesor, un programa de cursos y conferencias para la instrucción complementaria de adultos y su aprendizaje industrial (que incluye carpintería, tipografía y encuadernación); también planes y métodos de enseñanza en cada etapa, cómo ha de ser la Biblioteca Popular e incluso una Asociación promotora de la instrucción popular. Todo ello tras una reflexión a partir de modelos europeos  (cita a educadores como Froebel y Pestalozzi, las escuelas belgas, un ejemplo en el Monte Jura, en Francia…).


La “universidad” de Pesquera- la llamó Santiago López González, nacido en Pesquera el 7 de agosto de 1918 y fundador, con otros, de Fasa-Renault en Valladolid.

“...Si vas a Reinosa, párate en Pesquera, verás que mozucas más guapas te esperan...”, cantada por Aurelio Ruiz, hijo del pueblo.




http://elcaminodelasharinas.com/. El camino de las harinas.

Relato de viaje

“No está permitido “jugar” en el recinto de la estación”- oigo a las 8 de la mañana, aún de noche, y con 4 personas en la sala de espera; todos…mayores de 30 años. Incongruencias de la automatización…

Nada más bajarse toda la gente que llega de Corrales, uno de seguridad y uno de limpieza recorren los pasillos del tren con presteza.

Me estoy acostumbrando tanto a este día de asueto a la semana que pensar que no podré disponer de él me provoca un cierto estado de ansiedad. Es como que lo espero toda la semana igual que espero cada año que llegue el 1 de septiembre para reiniciar de nuevo el Camino (de Santiago).

15º C. Es de noche cerrada. Creo que todos tenemos preferencias de vagones y de asientos, como en el cole. Los dos del Este vuelven a sentarse juntos. El de la camiseta roja se ha cortado el pelo casi al cero. Hablan y hacen bromas con el revisor, que se sienta un rato con ellos. Les oigo – a retazos, enfrascada en el libro sobre Ángel Fernández de los Ríos- hablar de salud, de trabajo…”No des dinero sino una máquina para trabajar”. “Llevo 5 o 6 años sin catarros gracias al ajo crudo que me tomo todas las mañanas…”.

El tren tiene la llegada a Pesquera a las 9. 37 horas (está más lejos que Molledo) y la vuelta es antes, a las 12. 13 h. Tengo que recordarlo para no perder el tren de vuelta…Apenas dos horas y media para verlo todo.

A las 9.30 siento tanto vacío en el estómago que le doy unos cuantos mordiscos al sándwich, aún en el tren. Con calabacín, el “polvorón” resulta algo más jugoso. Hoy, de nuevo, un filete de lomo sin adobar.

El paisaje, en Pujayo, es sublime…hasta que lo rompen la autovía y los viaductos.

En Pesquera, el termómetro marca 16 º C, pero sopla un viento fresco que hace que la sensación térmica sea de 12 º C. Me pongo un pañuelo en la cabeza para que no se me “caigan” las orejas, pero no me decido a enfundarme el jersey.

Como lo primero que veo es la señal de “calzada romana”, decido tomar por ahí y dejar para luego el pueblo.


Doy una vuelta alrededor de la iglesia (de San Miguel), cuyo prado está inundado de montículos “toperos” y visito el minúsculo cementerio donde aparece, en primer término, la lápida de la familia Fernández Ruiz de Quevedo.

Luego, hago “trabajo comunitario” y corto bardas a los lados de la carretera mientras asciendo a encontrarme con la calzada romana original.

“¿Va sola al monte? ¿No le da miedo?”- me pregunta una paisana que se baja de un cuatro por cuatro. La tranquilizo diciéndole que hoy voy solo  hasta los inicios.

Una garza real me sobrevuela mientras veo un árbol cargado de muérdago, y estorninos en los tejados. En las cunetas, majuelos  plagados de bayas rojas y la hierba del pordiosero.
Frente al túnel de Somaconcha encuentro otra señal roja y blanca del sendero de largo recorrido (GR-73. Calzada de los Blendios). ¡Menos mal! Por aquí, la aproximación a la calzada, carretera arriba (de 610 m en Pesquera, a 721 en Somaconcha), lleva más de un kilómetro…

Se oye el ruido silbante del tráfico, en la autovía, y los campanos de las vacas, en sordina. Un caballo solitario, inmóvil, se siluetea contra el cielo en el monte enfrente. La garza ha aterrizado en un prado lleno de vacas rubias. En mi ascenso, intento sacar una foto, en un bebedero, a una de las vacas. Pero se retira, muy digna, como diciendo: ¡No más fotos!

Por fin, a las 10.45 horas, frente a un asubiadero de piedra muy bien hecho (luego, leo que es un humilladero relacionado con el Camino de Santiago), diviso un poste con dos señalizaciones en madera: Mirador de Peña Bustio, a la derecha, y Calzada romana, a la izquierda.


Tomo la primera senda de hierba a la izquierda, pero una alambrada cierra el camino. ¡Vaya!. La segunda desviación también está cortada. La tercera, más ancha, que deja a la izquierda a la iglesia, con una marca roja y blanca, es la definitiva. Tras pasar esta minialdea abandonada, el cartel informativo me indica que ya estoy en la calzada. Pero son las 11, mi hora tope para bajar, así que doy un rápido vistazo a los primeros metros y me vuelvo, a toda flecha, sin podar casi nada, para que me dé tiempo a echar un ojo al pueblo. Otra vez será…

En el pueblo, huele a leña, un olor dulce como el tabaco de pipa, que me encanta.

En la Escuela Fernández de los Ríos, grabada “en letras en hueco sobre la puerta principal”, como quería su fundador, luce un desplegable??? “Nuestra escuela”,  ilustrado con los cuadernos Rubio (http://cuadernos.rubio.net/historia) de mi infancia. En la fachada, una placa de “Instalación solar térmica para ACS” junto a otra, más chica, que dice “Albergue municipal de Pesquera”. En una de las ventanas del segundo piso, un modelo abandonado del cuerpo humano, en rojo, el correspondiente a las venas, los músculos y las arterias.


Pregunto a un joven que se afana en una casa cercana, quien me confirma que el albergue solo se abre “los dos días de la Feria” (supongo que la del queso). Me recomienda vivamente acercarme a ver la picota (“¿sabe lo que es…?”) junto al Ayuntamiento. “Solo hay 6 en Cantabria”- dice orgulloso. “Nosotros lo llamamos “rollo”.

Encuentro también un cartel peculiar, “El corral del prendao”, que me recuerda a los de la “toponimia de Sariego”, en Asturias. Explica que el nombre hace alusión a la palabra “prenda” que el propietario de una res perdida o robada debía de pagar para recuperarla de ese corral-cárcel del pueblo.

Y ya me tengo que volver. Circulo a toda prisa por la calle semipeatonal de doña Guadalupe Rueda, esposa de Ángel Fernández de los Ríos, paso el bar El fogón de Pesquera junto a la bolera – sin poderme tomar ni un café-, saco una foto a la escultura de un jugador de bolos y subo por el atajo de cemento- que no vi cuando bajé del tren- al apeadero.


La máquina de la tarjeta continúa sin funcionar y no sé – porque no hay carteles- cuál de las dos vías es la que va a Santander. Empiezan a caer unas gotillas y me sitúo en la pasarela de goma, enfrente de donde bajé por la mañana, a esperar el tren.

Cuando lo diviso por la vía contraria, cruzo a toda prisa por delante y aún tengo que pegarme una carrera porque, con solo tres vagones, la cabecera queda lejos de donde estoy. Todavía me espera otro susto: ya desembarazada de la mochila, veo en el monitor: “Próxima parada: Lantueno”. ¡Horror! Eso está en dirección contraria, hacia Reinosa. Me levanto a toda prisa a preguntar al único ser humano del vagón, que me tranquiliza: “Se habrá quedado trabado”. ¡Bufff!.

Cuando le explico al revisor que no he podido activar la tarjeta porque la máquina no funcionaba, me espeta: “Y por qué no lo ha comunicado usted…?” “¿En un apeadero solitario? ¿Dónde? ¿A quién…?”. Al final, consigue ponerlo todo en orden y cobrarme la tarifa.

En Lombera, el prado está plagado de garcillas bueyeras, supongo que de las “pajareras” del zoo de Santillana del Mar.  En Torrelavega, me entra una “pájara” que casi me duermo. No sé qué voy a hacer hoy en inglés…

Jueves 30 de octubre. En busca de la biblioteca de Ángel Fdez. de los Ríos

¡Qué bien! Hoy, gracias al cambio de hora, vuelvo a salir de día. Aunque creo que esta es la única ocasión en que no me molesta salir de noche: mi viaje semanal en tren…

Todo está despejado y en la costa dicen que llegaremos a los 28 º C. Pero Pesquera está más alto y seguro que hace fresquito.

Hoy las pantallas de la estación están en blanco: “Por favor, presten atención a los horarios” (que no hay). “Disculpen las molestias”.

Se oyen graznar débilmente a algunas gaviotas. En la estación, dos chicas, un vagabundo, y yo.

El día está naranja. ¡Qué luz tan cálida! En Nueva Montaña el sol se alza en el horizonte, a la izquierda de Peña Cabarga, 15 ºC.

En el vagón, los dos “del Este” comparten el periódico: primero lo hojea uno y luego el otro.
En mi rincón de cuatro butacas encaradas, cambio constantemente de sitio para tener la mejor vista. Aprovecho que pasamos por los mismos lugares para sacar la foto más encuadrada. A veces, el tren, al pararse, te ofrece una mejor perspectiva…

Todos buscamos un compartimento de cuatro, libre (excepto quienes se conocen o son amigos). A estas horas de la mañana creo que a cada cual nos gusta ir pensando en nuestras cosas.

En Parbayón, descubro por primera vez la iglesia sepultada entre los edificios.

En Vioño, se ven algunas rastrojeras al quitar las plantas secas de maíz.

En Sierrapando, han puesto vallas de metal alrededor de la estación, que amenaza ruina.
A la altura de Las Caldas, han segado la hierba y despejado de vegetación las orillas junto a las vías del tren.

En Lombera, ¿otra picota…?

En la estación de Santa Cruz, hoy cuelgan unos calcetines y una alfombrilla no muy limpia.
A estas alturas, solo quedamos cuatro en el primer vagón: una señora de pelo blanco y dos señores en mangas de camisa.

Los viaductos de la autovía, de color gris cemento, destellan que duele mirarlos. Si tan solo los hubieran pintado de verde hoja o camuflado como las chaquetas militares…


Fuera, se nota que hace viento aunque dentro ponga 17 º C. Debe soplar una rasca…Así que aprovechando que estamos parados antes de Pujayo, me pongo el pañuelo en la cabeza, y cacao, generosamente, en los labios.

He decidido que hoy voy a empezar tirando hacia la izquierda, hacia la carretera general, en dirección contraria  al pueblo de Pesquera.

Por el monte escalan las torretas de la luz, El viento runfa, pero no es tan frío como el otro día.

Frente a una instalación ganadera, me sobrevuela una urraca. Los cables, parecen estar jugando al “Cocherito leré” o a “La barca”. Unos musgos en forma de montículos parecen perseguirse al sol sobre un muro. Dejo atrás un edificio enorme blanco con una pancarta: P.B. Pesquera; luego me entero de que es Peña Bolística.

Al llegar a la carretera, una cartelería deteriorada me oferta el “Centro de Visitantes de los Caminos de la Harina”. Como tengo curiosidad, me dirijo primero hacia el museo. Está cerrado (abre de martes a jueves para grupos concertados y de viernes a domingo para personas que llegan inopinadamente, como yo). Fuera, un panel explica las partes de la antigua fábrica de harinas y, otro, las partes de un molino. Veo el azud, el muro que desvía el agua del río hacia el canal, y miro dentro a través de las ventanas.


Luego, voy hasta el final del barrio de Ventorrillo, y entro a tomar un café al mesón. El dueño no debe de tener un buen día, pero la señora es muy amable.

Las hojas secas en el suelo ya crujen. Me encanta pisarlas. Me recuerdan nuestras casitas de hojas de castaños de Indias en las Escuelas de Solvay.

De vuelta hacia Pesquera, dos lavanderas se posan frente a mí en la carretera, moviendo sus largas colas arriba y abajo.

Pregunto en el Ayuntamiento por la Biblioteca y ¡tengo suerte! Los libros que busco están aún en la Escuela -de cuando se hizo la exposición. Alicia, una de las dos dinamizadoras culturales, me acompaña y me enseña las instalaciones y me da todo tipo de facilidades para hojear los libros. Descubro dedicatorias y ediciones curiosas y me prometo volver con más tiempo para explorar los libros uno a uno.


Son casi las 12 y, de nuevo, no tengo tiempo para tomar un café en “El fogón”. Claro que, el perro gruñendo a la puerta, también desincentiva.

El cielo ya no está tan claro. Mejor haber venido hoy…

Jueves 6 de noviembre. A ojear el inventario de los libros escogidos por A. F. de los Ríos de su biblioteca particular para la Biblioteca Popular.

Alicia y Raquel me proporcionan el listado, catalogado por profesionales: son 129 libros en total: 78 en castellano, 48 en portugués (AFR estuvo como embajador en Portugal de 1869 a 1873) y 3 en francés.


Entre los libros en castellano, el Diccionario de la Lengua Castellana, de la RAE; varias publicaciones periódicas como La Aurora, Semanario Erudito o El Museo Universal, donde él mismo colaboró hasta 1879. http://prensahistorica.mcu.es/es/publicaciones/ficha_pub.cmd?idPublicacion=6108. (Dos tomos del Semanario Erudito, de 1787 y 1791, son, de hecho, las obras más antiguas que dona de su biblioteca personal para dotar  a la Biblioteca Popular de  la Escuela). El resto, es una amplia representación de materias diversas: conferencias agrícolas, ordenanzas, exámenes públicos, planes de enseñanza, biografías (entre ellas, la suya sobre Olózaga), historia…En la sección correspondiente a Literatura, las Poesías de Horacio; Primavera y flor de romances, Baladas españolas; Guillermo Tell o La Suiza libre (“Traducido por una joven señorita”, de quien no se dice el nombre); la novela gótica Oscar y Amanda, traducida libremente por D. Carlos José Melcior, o la tragedia La viuda de Padilla, de Francisco Martínez de la Rosa. También hay un estudio crítico literario de Cervantes y El Quijote, por Francisco M. Tubino; o descripciones de viajes (Portugal contemporáneo. De Madrid a Oporto pasando por Lisboa, de Modesto Fdez. y Glez. o Viaje cómico desde Madrid a la exposición de París, por Carlos Frontaura).

En portugués, además de publicaciones periódicas como la “Gazeta Pedagógica”, muestras de folklore, como Cantos e Satyras y Cantigas Populares. Obras agrícolas y de economía doméstica, 2 volúmenes sobre Os Musicos Portuguezes, el Romanceiro do Algarve, y varias novelas y obras de teatro, además de libros de viajes (como Impressoes de Viagem, de Ricardo Guimaraes).



Diario de viaje

12º C a las 8. Apenas dos semanas después del cambio de hora y ya casi vuelve a ser de noche.

Hoy he salido forrada: cuello alto, forro polar, guantes y gorro de lana. Si voy a estar sentada 2 horas en las antiguas escuelas, sin calefacción, me puedo quedar como un chupito.

Un gorrión revolotea por la sala de espera y otra vez se oye la voz diciendo que no está permitido “jugar en el recinto del tren”. Miro alrededor  y somos 5 personas… todas mayores de 20 años.

Hoy están arregladas las pantallas y, efectivamente, mi tren es el que viene de Corrales. 3 vagones, “as usual”.

Llega a la estación un grupo de 4 excursionistas ya jubilados y uno de ellos me explica que salen todos los miércoles (hoy es jueves) para hacer una jornada de no menos de 20 kilómetros. Me pide que le adivine la edad y, como sé que, a estas edades, les gusta, le adjudico: ¡65! (aunque sé que tiene “algunos” más). Pero no tantos: “Voy a cumplir 87…”. Un día se perdió del grupo (iba por delante) e hizo 28 kilómetros. Comió solo, anduvo solo y, en Arenas de Iguña, solo, se cogió un autobús de vuelta. Al menos, lleva el móvil…

En el tren, hoy la “cale” está a tope y, sumada a la humanidad anterior, hace un calor…

El del Este aparece con sus mocasines blancos. Ya le ha crecido un poco el pelo. Bebe una lata de cocacola.

El cielo, de momento, está gris, aunque no llueve. ¡A ver si hoy me puedo tomar el café en El fogón de Pesquera!

Llevamos una especie de plástico o de aironfix en el cristal que no permite ver claro afuera. Hace como “aguas” y, además lo han rayado a conciencia.

Pasado Parbayón, ya se ve nieve en la cima de las montañas lejanas. El resol empieza a alegrar los colores de la naturaleza.

En Viérnoles, el pitido del tren asusta a una bandada de palomas torcaces ¿ que salen huyendo hacia un árbol.

El río va crecido de las últimas lluvias y se aprecian los rápidos.

El revisor me ve abanicarme con tal furia que me abre una sección del ventanal que ni había visto, acostumbrada a que todo se regule ya mecánicamente.

Pasado Corrales, la niebla empieza a bajar de las montañas, prendida de los pinos. Aquí el terreno parece más mojado, quizá por la humedad de la neblina.

El hombre del este que se baja en Santa Cruz, anda hacia la puerta de salida más cercana al camino que lleva al pueblo. Hay que economizar esfuerzos. Recuerdo que yo también lo hacía en el metro de Madrid.


En Bárcena, lechería Collantes, que “hace a los niños gigantes”. Recuerdo que de pequeños, en algún momento, consumimos esa leche, pero a mí no me gustaba porque me sabía “a vaca”, quiero decir que era como si le estuviera dando un lametón al costado de una vaca.

En Pujayo, esperamos a cruzarnos con el otro Cercanías. Como estoy casi sola en el vagón, me distraigo leyendo los carteles: Cada vagón tiene 78 plazas sentadas. Ecoplag realizó el 17 de octubre de 2014 su tratamiento de higiene pública con “ratonex” y otros productos de nombres imposibles. Actuación en caso de emergencia y condiciones de utilización de los títulos de transporte…

Llegando a Pesquera, el luminoso anuncia que estamos a 9º C, tres menos que en Santander. El sol apunta, tímido. De camino al Ayuntamiento, los pajaritos pían y se oye el murmullo del arroyo junto al arboreto. Un mirlo comienza a piar escandalosamente.


Viernes, 14 de noviembre. En busca de la firma de A. Fdez. de los Ríos

Hoy voy a Pesquera con un objetivo muy concreto: encontrar la firma de Ángel Fernández de los Ríos en El Museo Universal, semanario en el que colaboró hasta 1879 (en su biblioteca hay tres tomos encuadernados correspondientes a los años 1862, 1866 y 1868). Además, quiero localizar la biografía que escribió de Olózaga, un encargo de la Tertulia Progresista de Madrid, en 1864, y quiero echar un ojo a algunos libros de viajes y a alguna rareza como la Historia de los muy nobles y valientes caballeros Oliveiros de Castilla y Artús de Algarve, y de sus maravillosas y grandes hazañas, encuadernado en  piel de cabra.


Alicia y yo, trasegando por los tres tomos, conseguimos encontrar la firma de A. Fernández de los Ríos en el artículo titulado “La quinta casa del socorro”, en el número 23 correspondiente al 8 de junio de 1862. Pero hallamos otras firmas conocidas: “doña Rosalía Castro de Murguía” y su cuento “estraño” El caballero de las botas azules; un poema de Concepción Arenal, entresacado de Cantos del Cristianismo; La comendadora, de Pedro Antonio de Alarcón, o F. Giner presentando varios números de El Museo Universal.


Diario de viaje

A las 7. 45 h acaban de apagar parte de las luces y me he quedado en penumbra andando por mi calle. A las 7.55 h, llegando a la estación, se apagan otras pocas.

En la sala de espera, hoy estamos más gente; quizá porque es viernes. El gorrión de la semana pasada sigue planeando en busca de miguitas imposibles en un suelo lustroso. Vuelvo a oír a la voz parlante pidiendo que nos abstengamos de jugar… ¿jugar? ¿Pues no ha dicho fumar…? Presto atención al inglés y dice “smoke”, fumar, así que debo tener el oído un poco teniente.

Una mamá latinoamericana se pinta el ojo en un espejito de mano, y un chico a mi lado wasapea sin haberle quitado el sonido a las teclas, que mira que me da rabia…Más lejos, dormitan una chica joven y un anciano con calcetines gruesos de lana blancos y boina calada.

Los dos del Este, esta vez, cogen el tren por los pelos poco antes de salir. Es el mismo que el otro día y distingo el cristal rayado con la palabra “AERO”.

El móvil me anuncia que tengo que actualizar el whatsApp, pero cuando voy a hacerlo  me dice que no tengo suficiente espacio para la instalación y como no sé qué hacer para tener más espacio, pues así se queda.

En Valdecilla se sube una chica de labios rojos con congestión nasal. Espero que no sea como el de ayer en el Paraninfo, que se sonaba como si fuera la trompeta del Juicio Final…El revisor, un chico joven y fornido, parece que se ha caído en la marmita de Brummel y, cada vez que pasa, deja una estela mareante.

El cielo, hoy, con nubes y claros. Me encanta la mezcla de colores: gris, blanco, azul. Ojalá encontrara una tela que consiguiera esas transiciones. El sol resalta los colores y pienso en Monet, en sus cartas, en las que se queja de no ser capaz de trasladar a sus cuadros la luz de un instante.
 
En Arenas de Iguña, el suelo está mojado y un frente de nubes gordezuelas se agolpa más adelante como una muralla. Espero que aguante…

Leo por tercera o cuarta vez el proyecto de escuela laica de AFR. De las cartillas y silabarios de la época resalta que se han elegido las palabras más absurdas, raras e inaccesibles para un niño: “feo, giba, obtuso, pipitaña, moco, caco…”, y frases como: “Me reía de esa damisela relamida” o “Anita no debe ya, ni su velo, ni la tela de hilo, ni acaso la de seda”???? En 2001, de una cartilla de Palau, yo anoté: “araña, puño, navaja, ruleta…”. Todas muy “habituales” en las vidas infantiles…

Ojalá los asientos del tren fueran más bajos. Siempre me acaban doliendo los muslos. Los ingenieros deben pensar que todos medimos ya por encima de 1´70 m…

En Pesquera (12 º C a las 9.40 h) el mirlo chillón vuela a ocultarse en el mismo seto y, a la entrada del pueblo, me ladra el mismo perro. Distingo un colirrojo en una cerca (ese sí que es inconfundible, como el petirrojo) y, definitivamente, El fogón de Pesquera está cerrado hasta el 3 de diciembre. “Ser buenos”- exhorta el anuncio a los 50 habitantes residentes.


Jueves, 20 de noviembre. A Lantueno-Santiurde, donde nos quedamos varados en la nieve

A mí, viajando en tren, me han sucedido varias cosas increíbles: una vez atropellamos a una vaca en la llanura castellana, la única que debía haber por los contornos. Otra, en que íbamos en el vagón pelados de frío, de repente nos dimos cuenta de que íbamos sin un cristal. Sin contar aquellas en que “se cayó la catenaria”, que nunca he sabido qué es eso, o la que nos quedamos varados en Lantueno–Santiurde, pateando sobre la nieve del apeadero mientras venía una máquina más potente para poder trasladarnos a Reinosa.

Por eso, hoy toca Santiurde. Para descubrir el pueblo más allá del apeadero.


Diario de viaje

18º C a las 7.45 h. Sur. Está amaneciendo.

En los alrededores de la biblioteca municipal, los “peliculeros” están desplegando la parafernalia para rodar “Altamira”, hoy en los aledaños de mi casa.

Cuando llego a la estación, ya está “puesto” el tren en la vía 2. Otras veces hay que esperar a que venga de Los Corrales.

Estoy asfixiada con el forro polar, pero seguro que a 658 metros sobre el nivel del mar, lo agradezco.

Como ya tengo archisabido el camino, al menos hasta Pesquera, me he traído las memorias “ferroviarias” de Emiliano, 48 páginas dialogadas, para echarles un vistazo. Que un viaje en tren da para  mucho…

En el tren me huele a cal viva, un olor que antes se me asemejaba al de la gasolina, pero, a partir del campamento nacional de montaña en el Valle de Arán, en 1981, asocio con las letrinas y, por ello, me desagrada.

Hoy, los dos del Este han tenido que cambiar de lugar e, incluso, de lado del tren, porque el suyo habitual lo habían ocupado una señora y un bicicletero.

El día está glorioso. La luz anaranjada acaricia Saint Gobain Glass, en Vioño.


Saliendo de Las Caldas, el sol me hiere en los ojos. Me siento en el lado contrario porque me deslumbra. El cielo aparece despejado con unas ligeras nubes corridas, de sur. Las hojas de los árboles están en las últimas antes de ser arrancadas por los próximos fríos.

El tren es otro o han cambiado el vagón de sitio pues ya no tengo rayones en el cristal.

Después de Bárcena, solo quedamos el de la bici y yo. La temperatura ha bajado a 14 º C cuando me apeo en Santiurde. Sopla un ris…La estación se yergue solitaria junto al edificio del Ayuntamiento. Lejos, y en un nivel superior, pasa la autovía en forma de viaductos, cuyo ruido compite con los campanos de las vacas.

En el descenso por el arcén de la carretera hacia Santiurde, paso delante de la casa abandonada de los “peones camineros” (estos cuidaban el estado de la carretera en cada legua, 5 kilómetros y medio). También dejo atrás, Carnicería Cuca, la parada de autobús, piensos Santiurde y el consultorio médico.


El panel indica que Lantueno y San Miguel de Aguayo están en direcciones opuestas. A Santiurde puede irse bajo un túnel, para sortear las vías del tren, o por un puente elevado, sobre ellas. Decido ir hacia la parte más alejada del pueblo y llego hasta La Ferrería junto al río Besaya. Una columna con el águila franquista me sorprende. La placa, supongo que referida al puente, dice: “destruido por las hordas rojas, reconstruido por la España nacional 1937. II Año triunfal 1938”. No sé por qué, me sobrecojo.


De vuelta, en la subida al pueblo, hay unas casas muy buenas y un minijardín con trabajo topiario en bojs y laureles. Las hojas, se caen ya a millones. En una revuelta del camino, un parque infantil sin niños con los columpios mecidos por el viento.

Subo hasta la última casa del pueblo acompañada de cuervos, chovas o grajas que, de lejos, no sé distinguir muy bien. Pero a los majestuosos buitres leonados, esos sí que los distingo. En Polientes, le vi a uno, herido, los ojos cara a cara… y me enamoré.

En los prados, pacen multitud de vacas de carne (la buena calidad reconocida de las vacas del área de Reinosa, supongo). El aire es bien sano.


El albergue La Torre (http://www.alberguelatorre.com/)  tiene una campa preciosa delante, toda soleada, y algunas flores (caléndulas, rosas) en un zócalo junto a la pared.

Llego hasta el cementerio, un rectángulo pequeñito sombreado por un pino. Una chica que ha venido en un Chevrolet blanco dice estar buscando algo (o a alguien). Estoy casi  a la altura de la autovía.

Decido bajar por una carretera descarnada que repta entre las casas y me encuentro con un lavadero que se conserva o se ha restaurado. Más abajo está la iglesia, pintada de blanco y desnuda de todo aderezo. Es la parroquia de San Jorge y, en un panel acristalado, junto al horario de misas, se publicita la leyenda del santo.

Son casi las 12 y ya no me da tiempo a más: tendré que dejar Lantueno, a dos kilómetros, para otro día.

En la estación, el hombre que coge el tren conmigo lleva un paquete de la carnicería, estoy segura. Mientras espero, doy buena cuenta de mi sándwich de fuagrás con arándanos rojos. Tengo mucha sed: me ha debido de resecar el viento…

DÍA 9. A LANTUENO, el pueblo que veía desde el autobús.

Cuando iba en autobús a Reinosa, antes de que construyeran la autovía, siempre me producía curiosidad la gente que se apeaba en Lantueno. El pueblecito quedaba al otro lado de la carretera y al otro lado del río. Creo recordar que desde el autobús se veía la residencia de la tercera edad.

Yo me preguntaba: ¿quién vendrá a un sitio tan ventoso y tan frío teniendo tan cerca Reinosa? Hoy he vuelto a preguntarme qué llevará al ser humano a elegir ciertos parajes inhóspitos para vivir. Pregunta para Chatwin...

Diario de viaje

Me paso toda la semana esperando mi mañana “de asueto”.

8 horas. 13 º C y viento fresco.

Cada vez estoy más segura de que el sedentarismo es veneno. Cuando ando, me sigue doliendo la cadera, pero estar sentada varias horas (aunque la silla sea ergonómica) es lo peor. Y en la naturaleza, “soy feliz como una perdiz”.

En la estación, los asientos de la sala de espera no son aptos para las propensas a las cistitis. Siempre me pregunto en estos casos: ¿quién diseña? Y ¿pensando en quién…? Me pongo un libro debajo del trasero, por si acaso.

De nuevo, sur. Me alegro por nosotros, los del norte. Los de abajo, en el mapa, tienen lluvias. Aunque parece que los hombres y mujeres del tiempo siempre hablan de Madrid para abajo cuando generalizan.

Nubes naranjas por el lado del litoral. Algunas me recuerdan a platillos volantes. El horizonte parece incendiado a ratos.

En Las Caldas, me cambio del lado izquierdo al derecho. Al salir de Santander, el horizonte más abierto está en el lado del mar, pero luego cambia.

Solo quedamos en el vagón el hombre del Este, que se baja en Santa Cruz, y yo. Le ha preguntado al revisor que por qué nos pide la tarjeta si se supone que para acceder al tren hemos tenido que pasar por el torno en Santander. Le responde que en muchas estaciones o apeaderos no hay torno, solo máquina de lectura de tarjeta (Y ya se sabe de la picaresca de los españoles. Esto no lo dice, pero yo lo sobrentiendo).

A mí, me había asignado Pesquera. Como he ido ya cuatro veces… “No, hoy voy a Lantueno”.

No puedo aguantarme y le doy un mordisco a mi sándwich de paté con los arándanos incorporados. Tenía ya el desayuno en los pies.

Me encanta la subida de Bárcena a Pesquera, rodeando la torre de Cobejo. El día está hermoso, con las sombras muy largas. 11 º C a las 9.15 horas.

Como siempre, nos paramos a esperar al tren de Reinosa antes de llegar a Pujayo. Los árboles casi desnudos se mueven de un lado para otro, así que debe soplar pero bien. El cielo aquí está un poco más cubierto. Espero que no me llueva.

Mientras andamos parados, me aplico en la cara otra “ración” de crema protectora índice 50, y cacao en los labios.

El bosque está totalmente ocre. ¿Cómo será instalar una torreta de la luz en un monte pindio como el pico Jano…? Me imagino que sería como, en tiempos, extender las traviesas del ferrocarril en el Oeste americano. Una tarea para audaces.

9º C en Santiurde, Pero la sensación térmica es de 4 o 5. Me pongo el gorro de lana y un guante desparejado.

Siguiendo el arcén en dirección a Reinosa, veo a la izquierda una bajada que pienso pueda llevar a Lantueno, así que abandono el arcén y me tiro por la cuesta alquitranada. Al rato, aparece una acera en el lado derecho. Las casas están a la sombra del monte. Un perro lobo casi afónico me ladra sin demasiado entusiasmo. La bocina de la camioneta del panadero.


Un poco más adelante, cerca de la carretera general, me topo con la residencia de tercera edad Lusanz Cantabria (http://www.lusanzcantabria.com/). En internet leo que tiene 100 plazas y 6.000 m2 de jardín. Está decorada en colores claros y con muebles funcionales. Por detrás, tiene una rampa de bajada en forma de caracol pintada de azul. Un hombre de pasos vacilantes con sombrero de paja es el único paseante del jardín. Con el bastón parece tantear nueces entre las hojas del suelo.

Cruzo el río por el puente y leo un bando: “Mañana”, ¡qué pena no haberlo visto!, a las 10.30 horas, se “inaugura” el tractor adquirido por el Ayuntamiento”....

Voy hacia la iglesia/ermita, que está en un alto, con el prado salpicado de toperas. Luego, callejeo entre las casas. Una puerta verde está adornada con cubrebandejas reciclados, de papel, y unas mariposas. ¡Viva la creatividad!


Al acercarme hacia el “botiquín”, me sale al paso un perro furioso atado con una cadena. Si llega a romperse, seguro que me come una pantorrilla. Un poema de Aurora Gómez (¿), de 1998, narra las excelencias de la fuente de la plaza de San Roque.

Un coche me para: ¿Sabe dónde hay una casa donde venden botas de monte…? ¿No me verá que tengo pinta de “extranjera”…?

Desde arriba, diviso a un hombre con un mono azul barnizando una cesta con un espray. En el cielo, un buitre planea pesadamente pero con elegancia. Esta vez he traído los prismáticos y puedo verlo de cerca. También distingo un milano real con su cola ahorquillada. Y los sempiternos cuervos.


Pregunto al joven de las cestas de qué están hechas  (es madera de castaño) y cuánto valen (entre 6 y 20 euros). Me llevo una pequeña para regalar. Suelen vender en ferias de día en Cantabria y lugares limítrofes. Las barniza porque “a la gente le gustan con un poquito de color”.

El cielo se está poniendo negro de lluvia. Mejor que vaya para la estación, “just in case”. Mientras me alejo, me llega un olor delicioso a croquetas. Ojalá pudiera comer una bien calentita…El olor a madera de chimenea me acompaña. Pues, ¿y no parece que chispea…?

Me como el sándwich junto a la estación, sentada en un quitamiedos. Ni un café para tomarme un ídem. En todos los pueblos debiera existir un bar/colmado/estanco/sala de televisión de los de antes.

Falta media hora hasta que venga el tren. Para no quedarme helada, decido seguir paseando por el arcén de la carretera general. No creo que tarde en nevar en Reinosa.

Como tengo tiempo, me paso por la carnicería y compro una morcilla de arroz de Cervera de Pisuerga. Intento meterla a presión en el túper como las hermanastras de Cenicienta  con el pie en el zapato de cristal.

La próxima vez que venga a estas altitudes tengo que recordar traerme un termo con mi “medicinal”: cacao bien calentito con un chorrito de brandi.

Con mi cesto y la morcilla, siento que he hecho mi particular “vuelta a la Galia” con Astérix.

Semana del 1 al 5 de diciembre. Ya ha entrado el invierno

Esta semana no ha habido ningún día sin lluvia, así que no he podido continuar con mis viajes por el palito de la “T” ferroviaria. A cambio, aporto dos experiencias “maquinistas”…

LA HISTORIA DE EMILIANO: DE AYUDANTE CALDERERO A MAQUINISTA


Conocí a Emiliano García Torices en UNATE en 2003. Me acordé de que había sido maquinista y le pedí que me contara algunas cosas…

Nació en Báscones de Valdivia (Palencia), cerca de Aguilar de Campoo,  el 20 de julio de 1931.

Empieza en RENFE como ayudante calderero y, tras pasar por varios oficios, termina de maquinista cuarenta años más tarde. Al ingresar en RENFE en 1951, con 20 años, cobraba 600 pesetas.

Se jubila el 30 de octubre de 1992, con 61 años y, un año después, se incorpora a la Universidad de la Tercera Edad, UNATE, hoy Universidad Permanente.

Un profesor, Pedro Gómez Villa, le mete el gusanillo de la escritura y, desde entonces, raro es el día en que no para algún poema relacionado con la actualidad o con sus pensamientos.

Ya ha escrito sus memorias, un grueso manuscrito que contiene el relato dialogado “Un maquinista en la nieve”.

De sus memorias, entresaco algunas frases “ferroviarias”: “Somos del ferrocarril”. “Aquí el maquinista de la máquina exploradora R.S.101 desde Mataporquera”. “He pedido la vía a Barruelo”. “Ya tenéis la vía concedida a Quintanilla”. “Reponer de agua y carbón el ténder”. “Están limpios el espadín y la resbaladera”. Y una jornada de trabajo: “Si no hay cambio de programa, iremos hasta Aguilar [de Campoo] (desde Barruelo de Santullán), después a Mataporquera; comer en Mataporquera en Casa Simón y, cuando sea posible, a Reinosa”… “Viviendo con intensidad los momentos críticos” y aprovechando los “muchos tiempos de soledad” para pensar y ponerlo en palabras.


Jefes de estación, factores de circulación, guardagujas, interventores, enganchadores, guardesas, guardabarreras, capataces, sobrestantes, avisadores, telefonistas, maquinistas, fogoneros, jefes de tren, visitadores, guardanoches, interventores en ruta y guardafrenos, son algunos de ellos.




LA HISTORIA DE LAS MUJERES Y LOS TRENES: De guardesas a ingenieras  y a las redes sociales

Enriqueta Bou, guardesa (mejor, guardabarreras), accionaba dos barreras provistas de ruedas en la estación de Santa Cristina d´Aro, del ferrocarril de San Feliu.

Pilar Careaga Basabe (1908-1993) fue la primera ingeniera (industrial) española y la primera mujer maquinista que condujo un ferrocarril. En 1929 ¿ conduce una (máquina)  (serie) 4.700 de la Compañía (Ferroviaria del) Norte desde la estación Norte de Madrid a la estación Norte de Bilbao.


En 1980, ya con la igualdad en la Constitución, entran 12 mujeres maquinistas. Una de ellas, la leonesa Mª José Cebada (n. 1957) que, en 2011, trabajaba conduciendo mercancías con destino Ávila, Miranda de Ebro o Monforte de Lugo.

En diciembre de 2011 tuvo lugar en León el II Encuentro de Mujeres Maquinistas de España. Según un estudio sociológico, ellas hacen de todo y lo mismo que los hombres, en los talleres y en las vías: cavan hoyos, suben a postes, se meten debajo de un vagón, andan cargadas por la vía 5 o 6 kilómetros…

El V Encuentro tuvo lugar en Gijón en abril de 2014.

“Queremos mujeres conductoras en el ferrocarril”  es el nombre de un grupo actual en facebook contra la violencia de género.

/http://treneando.com/2009/01/08/la-primera-mujer-maquinista. Treneando, todo sobre el mundo del tren.

http://www.leonoticias.com/frontend/leonoticias/Maria-Jose-Cebada-Maquinista-vn67287-vst385. Mujeres maquinistas.

DÍA 10. A RIOSECO

Antes de que llegaran las nieves, quería finalizar con otro de los lugares que me había autoimpuesto: Rioseco, una de las llamadas “Cinco Villas” (junto a San Miguel de Aguayo, Lantueno, Santiurde y Somballe). Está a un kilometro de Pesquera por la carretera y es una aldea de unos 40 habitantes según el INE, con una iglesia románica interesante.

Diario de viaje, J 18 de diciembre

Hoy era mi última oportunidad, antes de Navidad, para subir a Rioseco y/o San Miguel de Aguayo.

Como me he levantado con un poco de “moquillo”, me he desayunado con un paracetamol y he incluido en la mochila un termo con cacao caliente y un chorrito de brandi.

En la sala de espera de la estación, hoy dos señoras charlan de pie mientras a mi lado una chica se come un sanwich casero envuelto en papel de aluminio, y un mochilero recoloca las cosas en su mochila. Otras dos personas leen, uno no sé si el wásap. En el pasaje de Peña, he lanzado un rayo a una estudiante que iba leyendo el móvil y me ha hecho pararme para no chocar.

El tren que llega de Corrales trae bostezos y gestos de preocupación y sueño.

Hoy no se sube el eslavo que se baja en Las Caldas, ¿estará enfermo…?

11º C y aún es de noche. Sobre las 8 y 20 empieza a amanecer por el lado de la costa a la altura de Muriedas, pero aún permanecen encendidas las farolas de la calle. Las nubes parecen una mano negra gigante que quiere atrapar la aurora. La luna luce chiquita, como una raja muy delgada de melón, en cuarto menguante. En Guarnizo, el “faro en tierra” está iluminado “de navidad”, con luces azules alrededor de la baranda.

El revisor nuevo de hoy me ha anunciado sentenciosamente que tengo que ser yo la que le avise de parar en Pesquera, porque “si no, no para” (que la parada es facultativa). ¿Y no será más fácil que pregunte él cuando nos pide los billetes,  por si no nos acordamos los pasajeros desmemoriados…? Además, el altavoz de la estación y el luminoso del tren anuncian que éste para “en todas las estaciones”…

Desde el tren, se ven tímidas, y escasas, iluminaciones navideñas: un “Felices Fiestas”, un ángel de luz blanca… (a la vuelta, rectifico: es una paloma, no un ángel).


A las 8.30 h. el día es azul o gris oscuro, azuloscurocasinegro, como el título de la película de Daniel Sánchez Arévalo.

El eslavo que se baja en Santa Cruz de Iguña llega de repente de otro vagón y se sienta a mi derecha a leer el diario Alerta mientras sostiene un pañuelo de papel engurruñado en la mano. Ha estornudado dos veces. Lo había confundido con otro señor que se sentaba delante. Ya me parecía a mí que no era calvo, aunque suele ir tocado con una gorra azul marino.

Fuera, a los árboles caducos apenas les queda una hoja testimonial. En Lombera, la niebla sigue acostada en la llanura, a pesar de que son las 9. ¡Será perezosa…! Una chica en bata se apoya pensativa en el dintel de la puerta mirando hacia la calle.

En Los Corrales  se suben cuatro chavales de instituto, risueños y alborotadores. ¿Irán a Santa Cruz…? Al rato, vienen de otro vagón dos niñas a hacerles una visita.  “Están idiotas”- se comentan cuando regresan a su sitio.

Llegando a Las Fraguas, la niebla se descuelga por las montañas hasta el río, caudaloso y rápido. Santa Cruz se muestra fantasmagórico, como el primer día que empecé el diario. Un círculo perfecto.

En el vagón, que apesta a zotal, han colocado un cartel nuevo que informa de qué hacer en caso de maltrato y cuáles son las señales que deben alertar. Este año ya son  48 las mujeres muertas, y más de 700 en toda la década. Pero no inquieta lo suficiente…

¡Ya decía yo…! Como voy sola en el vagón, me pongo a leer y el 16 de diciembre, es decir, hace dos días, han acometido el “tratamiento de higiene pública”, esto es: desratización (de ahí el ratonex, supongo), desinsectación y desinfección -con geles y pulverización. En el comprobante, aparece el tanto por cien de la dosis utilizada, el plazo de seguridad y el de caducidad, así como el “antídoto”???, la vitamina K-1. Lo cierto es que huele a cal viva que tira para atrás.

6º C en Pesquera. Hace un frío que duele la nariz al respirar. Desciendo por el atajo musgoso que descubrí el primer día,  ayudándome con los bastones: no quiero resbalar.

Rodeo el arboreto y me encuentro frente a dos vacas pasmadas, no sé si del frío o del susto. Hasta pienso si serán “de mentiras” por lo inmóviles que están. Al rato, una mueve la cabeza y otra las orejas: están vivas, no son una escultura.


Me sobresalta la bocina del camión del butano para avisar de que ha llegado al pueblo. Paso por detrás de una instalación y huele a pis de vaca. El fogón de Pesquera, de nuevo cerrado. Está visto que no conseguiré tomarme un café ni el último día…En la plaza, Ana Belén suena a toda pastilla en la radio de una camioneta de construcciones.

Al empezar mi ascensión a Rioseco (a 658 m de altitud, Pesquera está a 621), me cruzo con un paisano con jersey que contesta a mis “Buenos días” con un “Un poco frescos”, y añade: “Pero andando no hay frío…”. Se ve que tiene ganas de hablar, pero hoy yo  no me paro. Quiero entrar en calor y tengo poco tiempo.

En la cuneta, la escarcha cubre las hojas que se asoman entre la hierba. El hielo las hace resbaladizas como si las hubieran untado con aceite.

Paso bajo el viaducto de la autovía, que resuena cuando los coches pisan las juntas de dilatación.

Rioseco es una aldea donde, a pesar de su nombre, se oye el río, paralelo a la carretera, una carretera solitaria sin encintado central.

Cuando voy a tirar hacia la iglesia de San Andrés, me salen al paso dos perros ladradores que me parecen muy poco amistosos. Me paro en busca de algún dueño y este me asegura que no hacen nada. “Ladran porque le tienen miedo…”. Pues vaya forma de manifestarlo. Yo, si tengo miedo, huyo, y no me tiro ni persigo a quien me asusta…


La iglesia románica de San Andrés es sencilla, pero la portada contiene algunas filigranas muy delicadas. El cementerio al lado es pequeñito, y unos paneles, algo deteriorados, informan de los recursos del lugar.

A las 10.45 debe de ser la hora de sacar a pastar a las ovejas/vacas, o de entrar a los caballos, y el pueblo resuena con el ruido de sus pezuñas. Aquí el “uniforme” de trabajo incluye obligatoriamente katiuskas, mono azul y  una vara en la mano.

Rodeando la aldea por una calleja, me encuentro a un “megatoro” que parece de la raza Hereford de las películas del oeste. Está “bien dotado”. Quizá sea el semental de la zona. Más adelante, un exquisito trenzado de avellano rodea un depósito de abono. El arte está en cualquier sitio.


Mientras brujuleo por las calles al albur, voy esquivando los perros. Cada vez que vislumbro uno en lontananza, cojo la ciaboga hacia otro lugar.

Cuando queda una hora para el tren, desciendo hacia Pesquera. El peón caminero voluntario? sigue adecentando las cunetas antes de que llegue la nieve.

El fogón está abierto, por fin, sin perro a la vista. Pido un cortado y me voy, reconfortada, al tren. Su dueño me ha dicho que la perra de la entrada es muy buena, y sí, ni me ladra ni nada.

Mientras bajo hacia el apeadero, huele a hierba recién cortada y a leña. En el tren, me bebo el cacao caliente. Me sabe a gloria.


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