jueves, 25 de septiembre de 2014

MI CAMINO DE SANTIAGO DEL NORTE 2014: DE COLUNGA A OVIEDO. NOTAS DE VIAJE

Esta vez han sido 8 días, de martes a martes: 62 kilómetros, 6 días andando y 273 euros –incluido transporte al destino, y regalos.

Estaba esperando con impaciencia que llegara el lunes 1 de septiembre para partir (me gusta empezar un día laborable, como si andar fuera un trabajo, el trabajo del mes de septiembre).

Esta vez me he preparado con el paseo hasta La Rabia desde Comillas, 6 kilómetros ida y vuelta, más o menos.

He comprado para mi kit -de reparación de flecha (Leed Mi Camino de Santiago 2013): pintura amarilla al agua, un pincel y un rotulador amarillo grueso, permanente y fosforescente.


Dos cosas que tengo claras antes de empezar:

1- Que tendré que ir más despacio. ¿6 kilómetros al día…?
2- Que no puedo hacer el Camino Primitivo, mucho más difícil y con menos alojamientos.

El primer día dormiré en Colunga (donde acabé el año pasado), en la pensión de “Nada” (Gancedo), para salir de allí con el alba.

El camino ha sido el contrario al del año pasado: el tren de FEVE, de Cabezón de la Sal a Ribadesella, y luego el autobús ALSA hasta Colunga.

Este año, 2014, al parecer, se conmemora el octavo centenario de la peregrinación de San Francisco de Asís a Compostela por la ruta del norte.

El capítulo IV de sus Florecillas, titulado “El santo corrige la soberbia de Fray Elías y parte para Santiago”, cuenta que en la catedral de Santiago tiene la “revelación” de crear la Orden franciscana y comenzar la fundación de sus conventos en esa comarca (p.e. Val de Deus, según la tradición).

HACIA EL PUNTO DE DESTINO

Cada año tendré que invertir más tiempo en llegar al punto de inicio, más cerca de Santiago y más alejado de casa.

Esta vez, mi viaje empieza en la estación de Cabezón de la Sal. Mi hermana dice que la de San Vicente de la Barquera (en realidad, la de La Acebosa) es “como del Oeste”, en mitad de la nada.

Me encanta viajar en tren, y más si es de Cercanías.

Voy al lado de una pareja japonesa que viene pertrechada con todo tipo de información, incluido “castellano de refuerzo” y un diccionario con dibujos.

De Colombres a Pendueles voy cerca del mar y veo a un mochilero, ¿un peregrino?, por la senda costera.

Los castaños ya muestran sus frutos verdes y, en la cuneta, diviso la hierba de los pordioseros que, según mi libro de plantas, en tiempos, utilizaban los peregrinos para causarse llagas y dar pena (contiene un veneno llamado protoanemonina).


Pasado San Roque, veo el primer “mayo” (la “hoguera” que dicen los asturianos), ese tronco desbastado largo que ponen vertical los mozos del pueblo.

En los campos y huertas, manzanos con frutos de todos los colores: rojos, amarillos, verdes…

En Posada, cambiamos de maquinista y de revisor. Veinte minutos esperando a otro tren. Como la vía es única…

Me vuelvo a enamorar de Nueva.

En Ribadesella, sobre las 12. Como en el mesón “El labrador” el menú (12 euros): fabada (deliciosa); albóndigas con patatas (de carne muy rica, aunque con demasiado rebozo- para mi gusto) y arroz con leche (que me sabe un poco ácido).

Al salir, saco una foto al menú, y un alemán, pensando que soy alemana, se dirige a mí, en alemán, asombrado de que saque una foto al menú del restaurante.

Como me sobra tiempo hasta la hora del bus a Colunga, cruzo una vía de tren y me siento en un banco frente a la ría.

En la estación coincido con una pareja de suecos que regresa a su país. Han estado en Picos de Europa, Tresviso y El Cares, y vuelven rojos como cangrejos. Van a Llanes y les indico el albergue en el que estuve el año pasado.

Ya en Colunga, me dan la misma habitación que el año pasado y, tras desembarazarme de la mochila, decido pasar la tarde en Llastres (Lastres, el pueblo de la serie “Doctor Mateo”), que queda a unos pocos kilómetros.


Es un pueblo que está muy bien para callejear, dejándote ir. Con una par de horas entre bus y bus, da tiempo de sobra a echarle una miradita.

La gente viene “en peregrinación” a ver las localizaciones de la serie como ha ocurrido con la peli “8 apellidos vascos”. Menos mal que me he traído los bastones: algunas cuestas son imposibles…

DÍA 1.  DE NUEVO, EN EL CAMINO. SEBRAYO

“¿Cómo puede evitar alguien ser madrugador y andarín en esa estación en que los pájaros empiezan a gorjear y a cantar por la mañana”- escribe Thoreau en su Diario. A mí, también, es como si el sol me llamara con los nudillos a la ventana. En cualquier estación.

Ya estoy, de nuevo, en el Camino. Salgo a las 8 h (hay 16 º C) tras escuchar los titulares en el bar “La Esquina” y desayunar un zumo, té con limón y un sobao. Parece que va a hacer bueno.

En el cruce, pone “Villaviciosa, 18”, por carretera. A mí, la vieira me manda por Puente Agüera, Lliberdón y L´Infiestu.

De nuevo, el canto del gallo, las esquilas de las vacas y el sonido del tráfico, lejano. Voy atenta a no perder o trafucar la flecha amarilla en cada intersección. Por donde ando, es una tranquila carretera, secundaria o terciaria, paralela a la general. Casi no hay coches.

Los postes de alta tensión chisporrotean a mi paso. Me pregunto por qué habrán quitado el cartel aquel del “hombre herido por el rayo” de mi infancia, dejando solo el rayo. ¿Por truculento…? Efectivo y desincentivador sí que era, desde luego.

“¡Vacaaa! Me cago en D…”- oigo decir a un paisano, que ha llegado en coche para conducir a sus animales a los pastos. Siguiendo, me cruzo con dos perros que me miran expectantes y deciden adelantarme por el lado más alejado de la calzada. Uno lleva un trozo de cadena colgando. ¿Se habrá escapado…?

Al rato, noto que me sigue el perro torvo de la cadena. No tiene miedo de mi chasquido anti-perros. Pero yo, de él, sí. Más adelante, otros dos canes me esperan echados en la carretera…Menos mal que la flecha amarilla me manda torcer a la izquierda…

Una rama de higuera tapa parcialmente la flecha amarilla, así que la corto con mi podadera. Ha sido una buena idea traérmela.

Dos kilómetros en una hora, Voy a paso mosca. Ya me han adelantado 6 ciclistas y un caminante.

Llego a Pernús. ¡Y tan aldea…! Solo la parroquia de San Pedro y cuatro casas. “Maizales y vacas”- dice mi guía. Yo, las vacas, no las he visto, aunque sí he oído algunos mugidos.

¡Qué rico huele el campo! A eucalipto, a humedad de hierba mojada…El ver una vieira, de cuando en cuando, sirve, también,  para darte ánimos.

De momento, el camino es todo carretera, sea secundaria o terciaria. Menos mal que hay sombra. Están talando eucaliptos en el monte.

A las 11 me siento en un banco de azulejos de una casa abandonada a comerme una nectarina. Empieza a salir una ligera brisa. Gracias a Dios. Hoy han dado 27 º C de máxima.

Media hora más tarde, paro a prepararme un bocata de paté. El pan es del día anterior y está un poco “chicloso”, pero me sabe a gloria. Teniendo en cuenta que solo había cenado una empanadilla de bonito y desayunado un sobao, no me extraña.

Unas inglesas que me ven cortando bardas, me preguntan: ¿Eres de la Federación de Amigos del Camino…? No, pero tengo mucho tiempo y voy despacio…Me han agradecido que limpie el camino y “lo haga lucir hermoso”.

No soy yo sola. Más adelante, un paisano limpia a dalle el cauce de un regatillo. “Es que si no, con las lluvias, el agua se sale por arriba del puente…”.

Entre Priesca y Sebrayo se va por una pista de tierra roja muy agradable y sombreada. De repente, ¡impacto total!, un viaducto elevado saliendo del sendero boscoso.

Al llegar al albergue de Sebrayo (la antigua escuela reconvertida), llamo a Sonia, la hospitalera y, mientras viene, sumerjo los pies en un balde de agua fría y aprovecho para lavar los calcetines en la pila detrás de la casa.


El albergue solo cuesta 4 euros, pero se exige tener la credencial. Un peregrino francés al que le parece muy barato, deja otros cuatro para alguien que algún día no tenga dinero. “Es la primera vez que me pasa”- dice Sonia, que lleva 16 años de hospitalera y tiene dos hijos (de 16 y 22 años). Cuando eran pequeños, le reprochaban no  poder ir a la playa, a 5 kilómetros, por el compromiso de su madre con el albergue.

DÍA 2.  VILLAVICIOSA

“Mientras camino, no tengo edad, ni nacionalidad, ni género, ni estado civil” -escribía Esperanza Bastos en sus “notas camineras”, Notas de mi andar y andar. Aunque la pregunta más repetida sea: “¿Y vas sola…?”.

Salgo a las 7.45 con un día mortecino pero, de momento, sin lluvia. Iratxe es la última. La dejo poniéndose esparadrapo en las ampollas. También le molesta mucho una pantorrilla.
Hemos pasado la noche en una sauna: 14 personas en una habitación con todas las ventanas cerradas. Yo he dormido fuera del saco. A mi lado tenía un móvil-adicto que no sé si leía la guía del Camino en PDF o enviaba mensajes de whatsApp.

Un alemán se ha levantado con dolor de garganta: le he dado dos caramelos y dos paracetamoles. Desde las 6 de la mañana ya hay movimiento en la habitación. Los más tempraneros salen, aún de noche, sobre las 7.

En el camino, dos parejas de cuervos me sobrevuelan y un perro de caza, amigable (mueve la cola), me acompaña un rato.

El campo me huele a anises y a regaliz. Voy por una pista y veo heces de algún pequeño mamífero. Solo espero que no me salga un “cochino jabalín”…

En campo abierto, se ven bandadas de pajarillos agrupados para cazar insectos en el inicio del otoño.

A las 10 estoy en Villaviciosa (son solo 6 kilómetros). Parece que esta vez he ido más rápido (a 3 kilómetros la hora), a pesar de sentarme en todos los quitamiedos que he visto.

En la “patria” de la sidra me tomo un opíparo desayuno: zumo, café, pincho de tortilla y un kínder. Desde mi bocata de sardinas el día anterior sobre las 5 de  la tarde no tomaba nada, aparte de aquarius y unos caramelos.

En Villaviciosa no hay albergue, así que echo un vistazo a los hostales de mi guía y elijo el “Sol” en la calle del mismo nombre, que declaro mi preferida.

Voy a la oficina de turismo a por un plano y descubro la piscina municipal. Pregunto si es de acceso libre y decido ir por la tarde a relajarme un rato y descansar piernas y pies. Cerca de la estación de autobuses descubro a Iratxe que se acerca cojeando; me dice que se vuelve a casa. Estos últimos 6 kilómetros han  acabado con su otro gemelo. Otro año será…

Paseando por el centro, no hay duda de que es la “capital manzanera de España”: manzanas en el suelo, que señalan la “ruta histórica” y sus principales monumentos;  la escultura de Úrculo, “La exaltación de la manzana” al entrar en la ciudad, así como el edifico de sidra “El Gaitero” y campos de manzanas en los alrededores. Y la escultura de “La manzanera”, de Benlliure frente a la oficina de turismo. Manzanas por todos sitios. Incluso yo me las compro de postre.


La calle del Sol es una calle preciosa y también la calle de los hoteles: el Neptuno, el Carlos I, el mío…En algunos edificios, que me recuerdan los de Santillana del Mar, hay pancartas que dicen: “Alcalde, no a la expropiación de nuestras propiedades”.

Yo, ande por donde ande, siempre acabo en el Ecce Homo, una confluencia de calles. Me encanta la plaza José Caveda y Nava, que yo llamo “Carlos I” por un busto que recuerda su primer desembarco en España, en 1517. Es tan blanca, tan sobria, con el colegio-residencia de San Francisco. Transmite armonía.

Como en el “Rice”, esta vez fabes con rabo de toro (yo le digo al camarero que sin rabo de toro), unas jugosas albóndigas caseras con patatas fritas de sartén. Y arroz con leche, of course. Todo, 10 euros. ¡Delicioso!

Tras descansar un rato e ir a la piscina, salgo a pasear por la tarde-noche. En el hotel Carlos I se oye una música de pachanga de boda. Menos mal que no estoy en él. El café Avenida y confitería debe de ser el sitio chic de tarde para ir a merendar. La temperatura es estupenda a pesar de estar nublado. Me siento en la plaza de Carlos I a ver las evoluciones de unos adolescentes con la tabla de skate. En el cielo, vuelan los vencejos o. quizá. estorninos. Son tantos…Espero hasta que se encienden las luces para recogerme.


DÍA 3. SAN SALVADOR DE VALDEDIÓS

“El silencio ordena el alma” (Esperanza Bastos, peregrina).

Hoy salgo antes, a las 7.30. Aún no se han apagado las luces de las calles. Me paro en la plaza de “Carlos I”. Me encanta. Da serenidad. Como tengo tiempo, me siento un rato. Se oye el arrullo de las palomas y el chip-chip de los pajarillos. En la residencia entra una de sus trabajadoras, pero todo está quieto.

En el hostal he dejado el bastón roto (de apalear zarzas. Debía de pensar que era una barra de hierro…). Los tirantes de la mochila, por mucho que sea “de chica”, me hacen daño en los hombros. También me ha salido una ampolla en el dedo pequeño del pie derecho, el mismo que el año pasado.

El cielo está plomizo como el día anterior, pero para caminar se agradece.

Una señal anuncia; “San Salvador de Valdediós, 8”. Voy siguiendo, de momento, el sendero de Peña Cabrera junto al río. Pero tengo claro que cuando una flecha no me convence o no la veo, lo mejor es volver atrás, a la anterior. Si no, casi seguro que pierdes el camino.


Pasado el mojón frente a la nave de sidra El Traviesu, me he puesto las bandas reflectantes en los brazos. La carretera es estrecha, sin arcén, y los coches locales van embalados. A pesar de ello, voy cortando ortigas y bardas. Las golondrinas ya se están concentrando para emigrar y se posan en los cables de la luz.

Es conveniente leer todos los carteles que se encuentren en la ruta: a veces hay informaciones interesantes  de albergues, hostales, sitios donde comer…

En el camino a San Salvador de Valdediós me saluda una pareja en un coche: “Ya te queda poco” -me anima el señor. Luego descubriré que son los anfitriones del restaurante Valdediós, junto al monasterio.

Cuando llego al albergue, solo están una joven y una mujer de Lituania. La chica habla un poco en inglés; la mujer, nada. Elijo litera, siempre abajo,  cerca de la puerta por si tengo que levantarme por la noche al baño. Luego, me voy a comer. Como  menú, 9 euros, elijo ensalada (no puedo comer fabada todos los días) y carne guisada, muy gustosa. De postre, un helado de cucurucho.

A las 4 estoy nerviosa; aún no he pagado y quiero dejar el tema resuelto. Por la guía, Yolanda, me entero de que ya no hay monjes en el monasterio y que la llave del albergue la tienen en el restaurante y cobra ella misma. Son 5 euros. Algo más con la visita guiada al monasterio cisterciense y la iglesia prerrománica (“el conventín”). La visita se convierte en un babel de lenguas: Yolanda habla inglés en plan indio. Yo traduzco las explicaciones a Hanne, una danesa que se disculpa por no hablar español después de cinco años viniendo a España a hacer el Camino. Otras traducen del inglés al francés y al belga. Al final, todo el mundo se va con una ligera idea.


Este es un sitio maravilloso. Me fascina, tan pequeño, tan claro, tan puro. Las iglesias prerrománicas siempre han tenido un encanto especial para mí, desde las fotos de los libros de texto escolares o las portadas de los fascículos de arte que coleccionaba mi padre: Santa María de Naranco, San Miguel de Lillo…

Me quedo hablando en la calle con Hanne hasta que nos empieza a caer el relente sobre los hombros. Dicen que por la noche quitan las campanas para que los peregrinos podamos dormir. Me gusta este sitio amplio y luminoso, con aseos suficientes y colchones duros ¡por fin!

DÍA 4. VEGA DE SARIEGO

“Jamás he pensado tanto, vivido tanto, existido tanto; jamás he sido tan auténticamente yo mismo, como en los viajes que he hecho, solo y a pie”. (Rousseau).

Hoy empiezo a las 7.30. Tengo 8 kilómetros al albergue de Vega de Sariego. El cielo está todo despejado. Hoy se van a asar los pollos. A ver qué tal  se porta mi ampollita del pie derecho. Ya somos antiguas conocidas.

Mi desayuno, sin parar de andar: un caramelo de limón (de dos pisos) y un minibocadillo de sardinas (que pensé que no me entraría, pero sí).

Por ahora, esta es la etapa más dura, toda subida. Se me empañan las gafas con el vaho y una gota de sudor me baja por la columna.

A las 8.45 ya estoy en el “techo del mundo”, el Alto de la Campa. He subido 250 m en 3´5 kilómetros. Me premio con un caramelo Virginia de mandarina.

Con el sol y la brisa, la niebla se va moviendo lentamente. Un letrero dice que estoy en la ruta de “las cercanías del cielo”. Y tanto.

A las 10 la vega de Sariego está inundada de niebla. Un cartel de la “Ruta de la toponimia de Sariego” me informa de los orígenes de la palabra: “Sariegu viene de “sal riego” por el arroyo salado que sale de la fuente salfuginosa…”.

El albergue lo llevan los propietarios del supermercado “Camin de Santiago”. Solo hay una llave, así que lo dejamos abierto. “En veinte años, nunca ha pasado nada…”.

A la 1 de la tarde, en la farmacia, un letrero anuncia en verde ¡33ºC! Como no puedo creérmelo, pregunto a la farmacéutica si está bien el termómetro. Con estos calores, tiene que existir una piscina municipal -me digo, mientras recorro el pueblo por las sombras. Y la hay. Pero está cerrada desde el 31 de agosto. Dos vecinas me cuentan, indignadas, que el año anterior estuvo abierta hasta el 15 de septiembre. Y ahí está, una lámina de agua aún transparente al alcance de la vista…pero sin poder catarla.


Se nota que ya no estamos en temporada alta y que no quedan veraneantes. Cuando voy a comer en la taberna “La casuca” me dicen que solo tienen menú en fin de semana, y tampoco tienen medias raciones para una persona sola, así que me tomo un pincho de tortilla. Los parroquianos hablan con pasión de la vuelta ciclista.

Me da la impresión de que este pueblo tiene muchas más instalaciones que vecinos: he contado una farmacia, un consultorio médico, casa de cultura, un hotel… geriátrico, buzón de correos, piscina, dos supermercados… Me cuentan que son 1.400 habitantes toda la zona, pero yo casi no veo gente (solo hombres en los dos bares, y apenas mujeres y niños).

En el albergue coincido con un francés que estuvo en San Salvador. Como solo hablaba francés y yo solo español e inglés, le enseñé por señas donde estaban las diferentes dependencias. Ahora, por un belga que habla inglés, me entero de que ha tenido que aflojar por una tendinitis (como yo voy a 10 kilómetros por día, no suelo coincidir con ningún peregrino, a no ser que un problema médico le haga “petar”). Le informo de la farmacia a la vuelta del albergue y allí le proporcionan una venda para la pierna.

Estoy en la habitación más grande, de 8 camas, con las ventanas abiertas, y abajo se oyen corretear las hojas secas de otoño. ¡Qué placer estar ocioso! Como decía R.L. Stevenson, “si uno solo es feliz estando ocioso, ocioso debe permanecer”. Creo que Thoreau pensaba lo mismo. Y todos los contemplativos.

Para el bocadillo de mañana he comprado tres lonchas de queso manchego. Hay que salir de la rutina de las sardinas y el paté, y el queso tampoco se estropea con el calor y se come fácil.

Poco a poco se ha ido llenando el albergue: una pareja de Australia, filipinos de origen; un portugués que estudia Psicología y que piensa que esta oportunidad es única para estudiar a las personas, más franceses… y un perro. Bueno una cachorra de 4 meses que Margot ha bautizado como “Guapa”, así, en castellano. El último grupo que ha llegado se conoce de etapas anteriores y todo son saludos y risas. En la terraza, el estante de las botas se ha llenado y el tendedero también luce con la ropa húmeda.


Salgo un rato buscando el silencio: hay demasiada algarabía. Cada tarde me busco un rincón donde estar al sol, solo mirando. En este caso es el parque infantil (sin niños) y con aparatos para los viejos (sin viejos). Luego, voy a tomarme un té con limón en el bar casa Rufo y me quedo a la tertulia vespertina, contemplando cómo llegan y se van los parroquianos habituales. La señora Pilar me dice que “hasta Oviedo todo es carretera”. Buff. Y, que si se cogen caminos alternativos, es fácil perderse. ¡Vaya!

DÍA 5. POLA DE SIERO

El camino más corto para conocerte a ti mismo pasa por dar la vuelta al mundo” (Manu Leguineche).

Salgo a las 7. 30 con cielo despejado. A pesar de la advertencia de Pilar, en Castro cojo el camino alternativo que me sugieren. Según el cartel, está indicado y no debiera tener pérdida. En la carretera, pone “Pola de Siero 5”.

Tengo el “síndrome de la barda”. No puedo ver una sin cortarla. Claro, que solo las que caen de arriba o salen a la altura de los ojos. No quiero desriñonarme agachándome con una mochila de 6 kilos a la espalda…En el albergue, un alemán me preguntó si era “por algo espiritual”. Como una penitencia, supongo. Lo cierto es que, si además de hacer el Camino, puedes contribuir en algo…Y como no tengo prisa ni kilometraje que cumplir…


El camino alternativo tiene tramos maravillosos. Sale de nuevo a la carretera en Aveno para entrar enseguida en otra senda. ¡Perfecto! Soy una peregrina que va-por-el-campo. De pronto, me encuentro con una flecha “india” en el suelo hecha con palitos. Creo que me la ha dejado el grupo de franceses con la perra “Guapa”. Ya me han adelantado todos los del albergue y una nueva, que va a toda prisa. Mucha gente no sé si se entera de algo: los pájaros que emigran, los anuncios que nos dejan en una rama…

Yo, soy peregrina, pero también viajera, y me interesan los pueblos por los que paso, y sus gentes.

En la ermita de La Bienvenida paro a comerme un minibocata de queso. Al parecer, en su sitio existió hace muchos años un monasterio cuyo prior daba la bienvenida a los peregrinos con una libra de pan y un jergón de hojas de maíz.

Dejándola atrás, el camino es un sendero de mullidas hojas de otoño, un alivio para los pies. Llego a un tocón de árbol que con sus nuevas ramas ha cerrado el paso y con mi podadera empiezo a cortarlas como si fuera una “Rambo”. Pero al salir a la carretera, he perdido la flecha amarilla. Menos mal que encuentro a una anciana sentada a la vera de casa que me pone de nuevo en el camino. Lo cierto es que muchas flechas están muy desvaídas. Creo que el año que viene voy a incorporar a mi kit un espray para devolverles “brillo y esplendor”.

Son las 12 y aún estoy llegando a Pola. Acabo de pasar Recuna, que me citaba la abuelita. Al menos, voy bien.

Sobre la 1 me doy de morros con las piscinas municipales de Pola. Entro a preguntar si son de libre acceso y me comentan que hasta ahí no llegan buses y que hay que cruzar toda la ciudad para llegar al albergue, así que en previsión de no volver por la tarde, saco una entrada y meto todo mi petate en un casillero y me relajo un rato en una piscina cubierta casi vacía.

¡Menos mal! A las 15 horas, mientras como en un restaurante frente al albergue, cae una tromba que me hubiera desanimado del todo para volver atrás a la piscina por la tarde.

El albergue es nuevo: ocupa la casona de San Miguel, un edificio histórico con un jardín estupendo y unas instalaciones espaciosas.


Nos (a dos peregrinas canadienses de Quebec, Hélène y Monique, y yo) recibe Antonio, un hospitalero cubano que lleva seis años en España. Me dice que Juan, el presidente de la Asociación, cuyo teléfono tenía de algún cartel del camino, había muerto y estaba enterrado precisamente en la ermita de La Bienvenida que había dejado atrás. En un poster del albergue, le recuerdan: “Seguiremos poniendo un bote de lejía en cada ducha; tendremos aceite de romero para quitar las garrapatas a los peregrinos que vienen por el camino de Arzábal…Seguiremos yendo a desayunar o a comer el pote a casa Herminia, aunque nos quede un poco lejos…”.

Después del aguacero, decido dar un paseo por la tarde, pero me desespero… Tengo un plano con las calles de Pola, pero aquí señalizan una manzana y no señalizan diez, con lo cual me cuesta mucho encontrar lo que quiero. Solo encuentro letreros del campo de fútbol, el tanatorio y el cementerio. ¿Dónde están la estación de autobuses o la de FEVE…?

DÍA 6. OVIEDO

“Las mejores vacaciones son ir al Camino” (Mabel, peregrina, 77 años).

Aún de noche, voy al cercano bar Belarmino que abre a las 6.30, a desayunar. Me tomo una doble ración de tostadas con tomate rallado y aceite y les pido si pueden hacerme una tortilla francesa para rellenar mi bocadillo.

Son las 7.45  y hay una niebla espesa. El bocata de tortilla huele tan bien que me dan ganas de hincarle el diente…

“Oviedo, 15”- pone en la carretera a la salida del albergue. Demasiados kilómetros para mí en un día…El año que viene, aunque vaya por la costa, tendré que buscar una solución para las etapas que excedan de mi máximo de 10 kilómetros y tener a mano una alternativa de transporte público, bien sea tren o autobús.

Después de cinco días, ya he conseguido organizar los bolsillos de mi chaleco: en uno, el libro de plantas y la podadera. En el otro, el móvil, mi diario de viaje y un bolígrafo. En cuanto a las bandas reflectantes, no son tan fáciles de poner como decían en la tienda: se me enroscan en el pantalón y me aprietan como las ajorcas egipcias de Nefertiti en el brazo. Así que solo suelo ponérmelas en los antebrazos en carreteras sin arcén.

A poco de salir me alcanza un peregrino del albergue, de Miranda de Ebro, que marcha solo, en bicicleta, a hacer el Camino Primitivo. Vamos un rato hablando mientras él se acomoda a mi paso.

A las 9, en El Berrón, a 3 kilómetros de Pola, me encuentro con Hélène, la canadiense, que anda buscando el camino según las explicaciones de su guía. Le recomiendo seguir las flechas amarillas y prescindir de indicaciones librescas. Es más seguro y más práctico.


A las 10.30 paro un momento a descansar en el santuario de la Virgen de la Cabeza, en mitad de una campa. A las 12.30 ya no puedo más. Veo el puente romano de Colloto y decido hacer en bus los últimos cinco kilómetros, que transcurren por la carretera nacional 634.

El albergue abre a las 15 horas, así que decido quedarme a esperar en la cafetería sugerida por el hospitalero, “La sucursal”, donde también puede dejarse la mochila en caso de querer dar una vuelta por la ciudad.

A las 3, estamos ante la puerta un montón de gente; unos vienen a sellar, otros comenzarán al día siguiente el Camino a partir de Oviedo, y yo, que, por este año, termino aquí.

Todos comentamos que hay demasiadas literas en la habitación. Tenemos que entrar de perfil entre las camas y apenas hay sitio para colocar las mochilas. El “aliviadero” es el jardín en la parte de atrás. Indico a Christian, un joven berlinés, donde está la “washing machine”… a mano; en realidad, una pila de lavar de las de antes. Alguien le ha comentado que es mejor no lavar los calcetines no sé si para “acolchar” las ampollas con la porquería. Le digo que eso es algo “apestoso” y se ríe mientras  repite la palabra y va ipso facto a hacer su colada.


También hablo con Xenia, una rusa que trabaja como periodista en Berlín y habla muy bien castellano, y con Rubén, un fotógrafo madrileño que me cuenta cosas sobre la picaresca en el Camino. Recuerdo entonces que en el corcho del albergue de Pola se da noticia de un señor que se hace pasar por hospitalero y desaparece con los emolumentos de los peregrinos. Hay quien entiende que el “donativo” sugerido de algunos albergues es “gratis total” y algunos sin techo, al parecer, lo utilizan como alojamiento barato. La crisis da para mucho…

Meriendo-ceno en una panería  recién abierta en la calle Argüelles y, de postre, me compro 3 bombones rellenos de licor (mis favoritos de papel de plata desde niña) en la pastelería Camilo de Blas, que cumple cien años.

A la mañana siguiente, le dejo en herencia a Christian, que inicia el Camino Primitivo, el vicks vaporub para los pies. Ya no lo necesitaré hasta el año que viene… A Santiago me quedan ¡sólo! 310´9 kilómetros desde Oviedo.

DE VUELTA A CASA, EN TREN

De camino a la estación de FEVE, a las 8 de la mañana, hay 17 º C. Ya se concentran en las esquinas grupos de escolares con el uniforme del cole esperando el autobús.

En una confitería cercana me compro el pastel tìpico de aquí: el carbayón, pero no me parece nada del otro mundo.

A las 9.05 salimos puntuales de la estación con día despejado. Pero pronto, en Colloto, nos invade la niebla. Debe de ser una zona propicia porque el día anterior anduve la misma zona bajo la neblina.

Trato de asociar cada estación por la que paso con los lugares por los que anduve, pero es difícil: solo reconozco en El Berrón el puente elevado por el que crucé la autovía. Recuerdo haber hecho una foto de las vías del tren.


Distingo también la estación  de Pola, que me costó mucho encontrar.

A medida que avanzamos, el paisaje parece un Brigadoom fantasmagórico. Se va desdibujando y es como si nunca hubiera estado por esos parajes.

Hay gente que se baja en sitios inhóspitos. ¿A dónde irán…?

Me cuesta mantenerme despierta entre el vaivén y el calorcillo que sale de una columna en la que me apoyo. La noche anterior ha sido “toledana” (roncaban 3 de 8; era toda una sinfonía…). Me quedo un poco sopa.


Cuando me despierto, parece que la niebla está un poco más alta y el sol quiere salir tímidamente.

En Sevares, diviso unos establos  como los de las películas del Oeste, cerca del ferrocarril, para mover ganado. También en Toraño.

En Soto de Dueñas me como el bocadillo que me había preparado en Pola hace dos días con la tortilla francesa del Belarmino. Con el aceite  y el tomate del desayuno que le añadí, el pan está aún blando y esponjoso.

El Transcantábrico, u otro tren de lujo,  está hoy en Arriondas. Parado en la estación, fotografío sus lámparas. Frente a la estación de Cuevas, se alzan dos peñas enormes, que vamos rodeando con el tren.

El viaje de vuelta se me hace eterno. Acumulamos media hora de retraso  y no veo un baño en ninguno de los dos vagones. Cuando llevo más de cuatro horas de trayecto, pregunto al revisor, y sí, hay uno, en el primer vagón. Menos mal. Incluso puedo hacer de anfitriona y transmitírselo a una chica argentina que ya no sabe qué hacer para aguantarse…

A las 2.45 llego por fin a Torrelavega. ¡Fin de viaje…por este año!




miércoles, 10 de septiembre de 2014

HACIENDO VELA EN EL MAR

Desde pequeña, siempre me ha encantado el viento o, mejor dicho, los vientos: el sur, que pone el cielo rojo y acerca las cosas; el norte, frío y fresco; el este, responsable de los días despejados en verano, y el oeste, que trae la lluvia.
Un año, decidí hacerme a la vela.


Pero una cosa es que te guste el viento y otra -muy distinta- que lo controles. Así que, para más seguridad, decidí  hacer un curso en el CAR.

El primer día  me enseñaron que en un barco no existen cuerdas, a parte de la del reloj. Se llaman cabos, drizas, escotas... Estas fueron las primeras palabrejas de las muchas que tuve que oír a partir de entonces. Porque el lenguaje marinero está lleno de ellas (A mí la que más me gusta es cornamusa. Me suena a musaraña).

Luego, vino la parte práctica: las manos doloridas de colgarte en el trapecio o de aguantar la escota del foque; la atención a las cañas de los pescadores, los barcos mercantes, las boyas, las balizas y los regatistas.

Yo, enseguida decidí que lo que más me gustaba era hacer de Pinito del Oro con arnés o llevar la vela pequeña y hacer de proel.  Ir al timón o ser encargada de la vela mayor, no me hacía ninguna gracia: No conseguía relajarme.

Y cuando me hablaban, estaba tan preocupada con el rumbo, el viento o los catavientos, que no podía atender ni disfrutar si contaban un chiste.

El monitor me decía que con el tiempo...patatín y patatán. Pero yo sé que no y, ¿por qué no puede una especializarse en ser un buen “foque” o una estupenda Pinito del Oro de la Vela…?